Todas las personas desean ser felices. Se nos olvida que la felicidad no se busca, se posee. Nuestro cerebro segrega endorfina, la droga de la felicidad, causante de ese estado de euforia que se siente cuando se es feliz aunque sea con las pequeñas cosas. Cada cual concibe la felicidad según su escala de valores. Unos, son felices proporcionando felicidad a los demás; otros, poseyendo cosas materiales, éxito en el trabajo, salud, reconocimiento social o triunfo económico.

La polémica ha surgido ante la oferta de una clínica de Estados Unidos que ofrece a los padres poder elegir el sexo y los rasgos físicos del bebé e implantar embriones sanos en el útero de la madre.

Pero si Steinberg es un científico optimista, el profesor de Psicología Evolutiva en Harvard, Pinker , considera que no es tan fácil la manipulación genética de las características humanas, fruto de la interacción de varios genes. ¿Dónde se fijaría el límite entre la preselección genética para evitar enfermedades y la caprichosa elección de los rasgos físicos, del bebé perfecto? ¿Estaremos ante el comienzo de otro tipo de discriminación?

Obama ha levantado el veto a la financiación pública de la investigación con células madre embrionarias y ha delimitado una frontera entre ciencia y valores morales. Zapatero también está a favor de apoyar a los científicos en la erradicación de enfermedades como párkinson, diabetes o alzhéimer. Los grupos conservadores y la Conferencia Episcopal están en contra. Lo que es imparable es el avance de la ciencia, en general, y de la genética, en particular, aunque es necesaria una legislación que lo regule.

No se obligaba a nadie a utilizar estos avances genéticos, como tampoco se obliga a nadie a abortar. Cada persona debe de ser libre de tomar decisiones, siempre que no infrinja la ley. Lo importante es el respeto, tanto para los que piensan como nosotros, como para los que piensan lo contrario.

Estar satisfecho y en paz con uno mismo también forma parte de la felicidad.