Pero ¿qué es la fama? Exito, fantasía, sueño, humo... Y señuelo por el que se llegó a matar: el asesinato de Lincoln y el atentado de Mateo Morral lo atestiguan. Atenas le dedicó un templo y el general invicto tiene su pedestal de gloria. La fama rotuló calles, erigió arcos de triunfo y dio prestigio; mas será pasajera, montada en tinglados de cartón y publicidad al uso, como les sucede a muchos con minutos de gloria y luego olvidados, cual velas encendidas en vendaval. Son falsos famosos, pues sólo hicieron una película, salen en la tele o acuden a cócteles, se ponen gafas de sol y sienten desdén para el reportero que los siguen. Pero se equivocan, pues el prestigio se logra tras larga preparación, (y no en escenarios de usar y tirar) que nos dará actores capaces de deslumbrar, por ejemplo, en el Teatro Romano de Mérida. Un nobel, un cirujano, un inventor surgen tras sufrir el yunque del trabajo, el vértigo de la fatiga y el esfuerzo de la disciplina. Trípode seguro donde se hornea el crédito de sólidos talentos, que serán valorados más allá de coyunturales modas. Por contra, sólo se logran frutos vacíos, ya que la fama de pandereta y colorín es tornadiza, al tener que dar paso a figuras más jóvenes y bellas. Entonces ¿por qué los llamamos famosos? Aconteció que la caprichosa semántica del pueblo (que crea el habla) hizo la broma de llamarles así, lo que antes sólo era exclusivo de grandes personajes.

Hay famas, en fin, cual flores, que pronto se marchitan ante cualquier turbulencia, crisis o mala suerte; o quizás no fueron regadas con agua abundante y se les puso el sol, secándose sus raíces. Rabindranath Tagore escribió que la fama es espuma en la corriente de la vida. Y Unamuno, que es un vano sonido. La estopa ardiendo ante un papa es elocuente. Y la estimación, si se pisa y aja, ya no será la misma. Una biografía, al fin, recibe mucho incienso, mas tras recibir muchas críticas y quebrantos en la vida. Y la fama es fría, en soledad, pues todo galardón, sin cámaras en ristre ni titulares de prensa, caerá en el silencio más absoluto. Fama y reputación van juntas, pero son perversas si se descubre su impostura y su doble vida, puestas a buen recaudo. Y están las famas perdidas: del político fracasado, de la estrella de ayer, del campeón que fue. Y la turbia, del tristemente célebre, frente a la adquirida en buena lid. No obstante, siempre será perseguida con anhelo en toda época y lugar.