EEUU ha dado un giro radical a sus relaciones con Irán al aceptar que un funcionario del Departamento de Estado acudiera a Ginebra para asistir a la reunión de representantes de la república de los ayatolás con negociadores de la UE y, al mismo tiempo, dar los primeros pasos para abrir en Teherán una oficina de intereses. Ni la insistencia iraní en seguir con su programa nuclear ni las amenazas del presidente Ahmadineyad dirigidas a Israel, obstáculos insalvables hasta fecha reciente para dar una oportunidad a la diplomacia, lo son hoy para una Casa Blanca crepuscular, con las finanzas asfixiadas por el esfuerzo bélico en Irak y bajo presión del Partido Republicano, que teme llegar a noviembre con las manos vacías.

Pero, con ser estas razones importantes, no pesa menos en el cambio de rumbo el desalojo de los neocons de los despachos aledaños al de Bush, el predominio del pensamiento realista de la secretaria de Estado, Condoleezza Rice, y el fracaso estrepitoso del unilateralismo. A lo que debe añadirse que, una vez más, como sucedió en el pasado y en otras condiciones con Corea del Norte, el riesgo nuclear, por pequeño que sea, disuade a las grandes potencias de hacer demostraciones de fuerza y enfrentarse a una escalada que entraña riesgos inasumibles. Y así, la Administración Bush, que enunció el eje del mal --Irán, Irak y Corea del Norte-- admite ahora que no es posible organizar las relaciones internacionales a partir de la única consideración de sus intereses estratégicos y sin contar con sus aliados tradicionales, los mismos que son partidarios de sancionar a Irán y, al mismo tiempo, tenderle la mano.