Escritor

De los interminables veranos de mi infancia surgen una serie de imágenes que se repiten siempre. Antes de que mi padre se comprara el 600 y nos convirtiéramos en una familia de serie televisiva (transmisora, por cierto, de un espíritu reaccionario), solíamos viajar a las frescas zonas estivales en el Fiat 1300 de mi tío Paco Hoyas.

Así, pertrechados con los bañadores, las tortillas y la sandía, íbamos a los chiringuitos fluviales del Valle del Jerte o a las gargantas veratas (Pedro Chate, Cuartos) huyendo del calor.

Sin embargo, no faltaba nunca en esas excursiones veraniegas, en un desvío del camino hacia el pantano de Gabriel y Galán o de vuelta de Hervás o de Baños, una parada en el secarral de Cáparra.

Un alto, por cierto, que siguió siendo obligatorio durante años gracias a la afición paterna por las mareantes carreteras secundarias.

El arco estaba a un lado de la carretera, muy cerca del río Ambroz, y donde hoy hay excavaciones arqueológicas entonces había olivares abandonados en los que sólo se oía el canto ensordecedor de las chicharras.

Precisamente el pasado miércoles se inauguraba en ese lugar, transformado como digo en yacimiento, un flamante Centro de Interpretación. Sí, porque Cáparra no era sólo un arco cuadrifronte sino toda una ciudad amurallada de la que se han ido rescatando el foro administrativo, un conjunto termal, el anfiteatro, la necrópolis y las calles. Dos de ellas, las principales, confluían debajo de su curva majestuosa, situada en el centro de la villa.

Ni a propósito hubieran podido elegir los responsables de la Consejería de Cultura un día mejor para visitar las obras de adecuación: resplandecían bajo la intensa luz solar del mediodía las ruinas, Detrás, el solemne espinazo nevado de la Sierra de Béjar.

El yacimiento (cuyas intervenciones, iniciadas en 1929, dirige desde los años ochenta el profesor Cerrillo) se integran en el ambicioso proyecto Vía de la Plata (Alba Plata) y pretende, entre otras cosas, ofrecer al viajero el contrapunto cultural imprescindible en una región que aspira a ser conocida y aun reconocida por su rico patrimonio artístico.

Más ahora, cuando se empiezan a vislumbrar por fin siquiera un tramo de autovía.

Esto supondrá, al decir del presidente de la Junta, un cúmulo de ventajas pero también de inconvenientes como el que restará la velocidad a la parada y fonda.

Para compensar se están dando los treinta y cuatro pasos que componen ese vasto proyecto transversal de recuperación de nuestra memoria histórica; una calzada que trajo, de sur a norte, la romanización y que sirvió después para la islamización de la península ibérica y su posterior cristianización mediante la mal llamada Reconquista.

Estuvo muy bien traída por Ibarra la metáfora de la encrucijada (a propósito del cruce de vías que forman el arco de Cáparra) y su comparación con el momento que vive Extremadura.

En un momento dado, aquella ciudad romana del medio rural se despobló, que será lo que pueda ocurrir si Zaplana no lo remedia (incluso puede haberlo remediado ya cuando se publique este artículo) en estos tiempos aciagos de la abolición del PER. Es de agradecer, en fin, que los dineros públicos sirvan para financiar proyectos serios y de envergadura que al tiempo que rescatan lo que estaba perdido inventen sobre la marcha ocasiones de futuro. Sobre todo cuando lo que está en juego es la persistencia de la vida en el campo.