Escribía Jorge Santayana que el "fanatismo consiste en redoblar el esfuerzo cuando has olvidado el fin". Tras la manifestación convocada hace unos días por los prelados contra las últimas medidas aprobadas en el Congreso de Diputados, sustancialmente, nuevos derechos, uno no puede sino llegar a la conclusión de que la Conferencia Episcopal, cerrando la etapa aperturista de la Iglesia que se inició con el Concilio Vaticano II y que tuvo su mejor expresión española en la figura del cardenal Enrique Tarancón , ha decidido caminar por la senda del fanatismo.

Los obispos españoles convocaron a los ciudadanos a manifestarse en defensa de la familia (cristiana), contra el laicismo radical y particularmente contra las medidas del divorcio express y el matrimonio homosexual.

Ahora bien, conviene, en virtud del ejercicio de la razón, explicar algunas contradicciones graves y especialmente denunciar un discurso que roza el totalitarismo, si no como propuesta política, sí como propuesta moral. La Iglesia no se ha movilizado porque el Congreso de los Diputados haya aprobado leyes que impidan a un hombre y una mujer que profesen el cristianismo vivir conforme a su religión, no ha disuelto el matrimonio católico ni ha impuesto medidas obligatorias contra la concepción de hijos. Nada de eso se ha producido en los últimos años, por lo que una concentración en defensa de la familia cristiana --presuntamente atacada-- no tiene mayor sentido. Por lo que se ha movilizado la Iglesia, y esto debe aclararse tajantemente, es contra el reconocimiento de derechos a otros ciudadanos y particularmente contra la posibilidad de quienes no profesamos la fe católica de poder formar una familia y que esta disfrute de todos los privilegios y derechos que concede la Constitución española y las leyes. Esa es la base moral totalitaria que predica la jerarquía eclesiástica: considerar que el concepto de familia es patrimonio de la Iglesia y que el Estado no tiene derecho a legislar en materia de moral, matrimonio, disolución del mismo y formación de los hijos. Se pretende, sin más, que la familia no cristiana quede marginada.

Entre los discursos pronunciados en Madrid por los obispos ha destacado uno especialmente: que el laicismo es un ataque en toda regla a la democracia. Dejando al margen dos cosas: que no se ha explicado en qué manera ataca a la democracia un discurso laico y que una institución como la Iglesia católica, cuya estructura interna es profundamente antidemocrática se arrogue la defensa de la participación ciudadana, dejando al margen esas dos cuestiones digo, habrá que explicar que el laicismo, la separación Iglesia -- Estado, la existencia de derechos y deberes para todos los ciudadanos al margen de su opción religiosa, su carencia de la misma, su raza o su ideología es precisamente la base de esa democracia.

XQUIEN x suscribe este escrito es ateo desde que tuvo uso de razón, y sin embargo pertenece a una familia. Dos hombres y dos mujeres que se amen tienen derecho a ser considerados familias. Una mujer madre tiene derecho a que nadie la margine. Un español tiene derecho a divorciarse llegado el momento de la ausencia de amor con su pareja- ¿Qué daño hay en esto? ¿Cómo puede peligrar nuestra sociedad porque el Congreso de los Diputados legisle a favor de todos los ciudadanos? ¿Cómo puede verse atacada la familia, cuando precisamente hoy más hombres y más mujeres pueden considerarse, por fin, parte de la misma?

La Iglesia, digámoslo al fin, más bien parece desear que por ley todos debamos vivir como católicos, con fe o sin ella. No cabe mayor hipocresía. Este discurso no se aleja, lamentablemente, del de aquellos que obligan a una mujer a vestir un burka o a estar condenadas a vivir fuera de la sociedad, bajo amenaza de lapidación. No. La Iglesia debe buscar la explicación a que sólo un 30% de los españoles sean católicos practicantes y al cierre de los seminarios por falta de alumnos en su propio interior. Seguramente en una práctica que desmiente el discurso de Jesús y en unos posicionamientos que aleja a los obispos día a día de los jóvenes, mirando más a la edad media y al fanatismo que al siglo XXI.

Sí, resulta irónico que quienes hacen de la soltería y la virginidad una forma de vida obligada salgan a la calle para impedir que otros ciudadanos puedan formar su propia familia, y triste que nos encontremos con unos prelados que sustituyen el testimonio de la caridad y el perdón por el ejercicio de la política a secas. Mirando a nuestra gran poetisa Teresa de Jesús habremos de pedir que "de devociones absurdas y santos amargados, líbranos, Señor".

*Excoordinador general de IUen Extremadura