Hace unos días el príncipe don Felipe nos sorprendía anunciando su compromiso con doña Leticia Ortiz. Me llamó la atención uno de los regalos que le hizo la novia: El doncel de don Enrique el Doliente. Guardaba esta novela desde mis tiempos de profesor de Literatura. Ojeándola leí el capítulo 33, que comenzaba con estos versos del Romance del Condes Claro: Bien sabedes vos señora,/ Que soy cazador real;/ Caza que tengo en la mano/ Nunca la puedo dejar/ - / Tómala por la mano/ y para un vergel se van ¡Que así sea vuestra vida, enamorados y de la mano, como paseábais y respondíais ante las cámaras! Leí sus miradas. El parecía decirle: Me olvidé de la vida y del pasado al mirarte. Y en lo más profundo de aquellas miradas intermitentes, claras y transparentes se le veía salir el corazón diciéndole: Te daré mi ser y mi mundo, ¿es poco?. Y ella en aquellas miradas furtivas parecía contestarle: Llegué a ti sin rumbo, me acogiste sin preguntas y me rendí ante ti sin pedir.... Queridos príncipes: ¿queréis ser felices y hacer felices a los demás? ¡Tomad nota! Decid verdades amables con hechos y nunca una fea verdad sin palabras. Escuchad la música del entorno como la más bella armonía, y si oís al crítico y buscador de faltas, sed sordos como vuestros propios huesos. A hombres con garras dadles pétalos que le sirvan de dedos y a hombres de lengua viperina dadles miel que endulce sus palabras. Encontraréis al ciego que vende espejo y al cojo que vende muletas. A éste dadles agilidad y al ciego nueva visión.