TGtarrafal. Dice el Drae: Garrafal: 1/ Se dice de cierta especie de guindas y cerezas, mayores y menos tiernas que las comunes. No se trata de esto. 2/ Se dice del árbol de las mismas. Tampoco. 3/ Se dice de algunas faltas graves de la expresión y de algunas acciones. Aquí estamos. En la segunda parte de la tercera acepción. Acción garrafal. Fallo garrafal, el mío del día en cuestión. Un cazador hecho y derecho que cometa semejante pifia-da como no sé qué contarlo. Pero piano, que chi va piano, va lontano.

Nos salió una alborada de agárrate que hay curva. El aguacero era notable a eso de la del alba, estando aún la noche cerrada. Corrían las calles que daba gusto verlas; y ya los cazadores nos preparábamos para una jornada de esas que suelen dejarnos pasaditos por agua. ¡Ha habido tantas!

En la puerta de la churrería, tertulia de espera bajo los paraguas. Cuando amainó un poquito, nos lanzamos en pos de la caza por esos campos de Dios, y cuando llegamos al cazadero, empezaron a abrirse claros en el cielo. "Va a quedar un día que ni pintiparado" se oía entre unos y otros. Y así fue; pero, ¡oh sorpresa!, tras el aguacero reconfortante para los sedientos campos, llegó una ola de vientecillo helador; tanto es así que, en la segunda mano, Ari temblaba y tiritaba esmorecida, y yo me quedé pajarito frito. Ciertamente, no sé bien si esta perra tiembla de frío o de adrenalina, porque está todo el rato en una tensión que me acaba fatigando a mí, ¡cáspita!

En la primera mano, en menos que canta un gallo, bajé una perdiz y le di matarile a una liebre. Bueno, la perra no rompió el ataharre de milagro, y cuando llegaron los de al salto, la solté y me trajo las dos piezas en un santiamén. Pero eso es lo de menos. El quid estuvo en la última mano, en la del venero tupido que baja hacia Los Molinos, o el Molino de Gabriel, que creo que es ese su nombre verdadero. Da igual. Es un paraje que nos fascina y nos encanta. Ya saben los que frecuentan estas prosas campestres la fascinación que sentimos por los lugares antiguos y abandonados.

Vamos al hecho. Se arrancó una perdiz, de esas taimadas que llegan peonando hasta que te detectan, como decimos los cazadores, "a huevo"; voló terciada y tan fácil que le vi los ojos y los colores de la gargantilla. Bien es cierto que el espacio de tiro era breve, y eso la salvó ¡por los clavos de Cristo! Me eché la escopeta a la cara y apreté el gatillo. Eso hice: apretar el gatillo, pero el tiro no salió. ¡Las barbas del Profeta! No había quitado el seguro, porque lo había puesto antes para no sé qué condenada faena. Sobran comentarios.