La condición del artista es muy dura, mucho más que la de un exiliado. Un artista es un profesional autónomo de la inspiración, un esclavo de su talento veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco días al año. La decisión de vivir de la belleza que se piensa y se hace es una de las más arriesgadas que se pueden tomar hoy en día, aparte de pedir un crédito al banco. Aún así, sorprenden las quejas de algunos creadores ante la falta de apoyo de las instituciones y del desigual trato que reciben. Un artista no genial se mostrará especialmente dolido cuando su obra no sea reconocida o premiada, y entra dentro de lo posible que tenga que esperar a morirse para que eso suceda. Sin embargo, tal circunstancia no justifica la amargura que demuestran cuando no se les otorga una subvención pública. Algunos músicos, escritores, cineastas y artistas plásticos o escénicos se han acostumbrado al engañoso bienestar del animal domesticado y prefieren ser alimentados por sonda; han olvidado que la creación es una búsqueda voraz, un esfuerzo que muchas veces no tiene más recompensa que la desolación. Y la concesión de ayudas o subvenciones por parte de las instituciones es un favor, un regalo que nos hacemos entre todos, seamos o no merecedores de las mismas. ¿O no es algo digno de mencionar que dediquemos parte del dinero de nuestros impuestos a facilitar la labor creativa de otros? Otra cosa es que a la condición de artista se añada la de ser envidioso. Y de eso hay mucho en este pequeña vecindad donde vivimos y todos se conocen. No hay artistas mejores ni peores. Ni artistas oficiales o malditos, igual que no hay obras buenas o malas: gustan o no gustan, y sólo unas pocas emocionan y conmueven. Un artista que quiera vivir por, para y de su obra se hará un bien a sí mismo dejando de creerse víctima de injusticias y confabulaciones de dirigentes culturales, y no esperar su beneplácito regularmente. Un artista no debe olvidar nunca que ha elegido la creación, un ejercicio salvaje de soledad y renuncia, duro y hermoso. El arte no puede nunca estaturizarse ni funcionariarse. Y si es así, es ya otra cosa que posiblemente no merezca ser llamado arte.