Es posible que estemos adentrándonos en una de las fases más relevantes de la humanidad, de sus dilemas atávicos. La extensión, profundidad y complejidad contextual de los problemas que nos circundan representan un gran territorio desconocido. La realidad, tal como se nos presenta, podría implicar una lenta pero irremediable trayectoria hacia un colapso que llamamos crisis. Hace mucho que nuestra percepción de la realidad ya no coincide con dicha realidad. El tributo al desarrollo (frecuentemente asociado tan solo a un prometido bienestar) ha convertido la posesión material en una obsesión. La austeridad ancestral, la economía de medios y la prudencia del ahorro han cedido paso a una desenfrenada demanda de recursos humanos, medioambientales y económicos. La llamada crisis económica no es la causa de graves problemas, sino un síntoma de ellos. Lo que falla es algo más profundo. La crisis real no es bursátil; la cotización de valores ya no podrá corresponder a cifras y gráficos. Tendremos que construir una bolsa de valores sociales e individuales, un banco mundial de ideas, una cartera de inversiones intelectuales, un depósito de recursos espirituales. Tendremos que reconsiderar modelos, estructuras y sistemas productivos, y ejercer de diseñadores con convicción. Ya no hay tiempo ni espacio para premiar nuestra inconmensurable vanidad en fiestas regadas con cava. La NASA difundió hace poco una imagen excepcional, fantástica: la colisión de dos galaxias situadas a 450 millones de años luz de la Tierra. Quizá sería interesante reorientar ahora el foco del Hubble hacia el futuro y comprobar si estamos invitados.

Sergio Correa **

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