TNto hay nada que exprese mejor la belleza y la fertilidad de la tierra que los pequeños huertos de casa, sobre todo en este tiempo. La pequeña fuente que nace a cada borbotón, el viejo estanque, el parral de uvas carrasqueñas, la higuera de frutos voluptuosos, las matas de hierbabuena y albahaca, los pimientos, los tomates...

En casa, las madres hacían mermeladas con los albaricoques y los tomates maduros. Pero en mi memoria están, sobre todo, las sopas de tomate. Acompañadas con uvas, en la comida del mediodía, era un plato caliente, que no sé por qué extraña alquimia resultaba refrescante. A Félix Dillana no le gustan las sopas. Me lo dijo un día a la sombra del abuelo Mayorga. Sólo, me dijo, me gustan las de casa y desde que no voy a la casa del pueblo no las he vuelto a probar. En Cáceres, las sopas de tomate se acompañan con higos. Dillana se las comió siempre con uvas y con higos. Félix siempre fue un tío listo, y se dio cuenta muy pronto que lo de la izquierda radical no le conducía a ninguna parte. Le vi en el congreso del PSOE. Como siempre sonreía. Sabía que él iba a ganar, y es que, a veces, me dijo, lo mejor es no correr, que corran Elita y Medina. El de alfil, que para eso ya fue peón en Tabacalera.

*Periodista