THtemos convertido cualquier molestia en enfermedad y no sufrimos ni un dolor de cabeza sin exigir una solución ya mismo. Nos llenamos de síntomas al volver de las vacaciones, al sufrir un desengaño, al cargarnos de obligaciones no deseadas, al vivir, al fin y al cabo. Como no soportamos la más mínima contrariedad, hemos triplicado el uso de pastillas, que solo pueden ser prescritas por un médico; pero nosotros sabemos más que nadie y solucionamos en el momento lo que no tiene solución. Sufrimos por la misma razón por la que somos felices. Estamos vivos, y a veces cuesta. Por ejemplo, nos tomamos las Navidades como una carrera de obstáculos en la que lo importante no es participar, sino llegar a la meta. Por eso las redes sociales se llenan de consejos sobre cómo sobrevivir a la cena familiar, qué cara poner ante los regalos o los mejores trucos para sobrellevar la resaca, entre los que nunca se incluye no beber o beber con moderación, obviedades no dignas de figurar no sea que su sensatez destaque. Por supuesto no faltan los consejos para guardar la línea. Los mejores son los que recomiendan una tabla de gasto deportivo por cada caloría que se ingiera. Así cuatro churros equivalen a veintiún minutos caminando, doce corriendo y nueve en bicicleta, lo que se queda corto frente a la hora que hay que andar para bajar una hamburguesa con queso. De la patatera mejor ni hablamos, no sea que nos manden ida y vuelta a pie al Polo Sur. Aun así, no hagan caso. Coman churros, devoren los días, no dejen ni uno, anden si quieren. Vivir sí que quema calorías. Lo contrario no debería ser opción en estas fechas ni en ninguna.