Periodista

Así, la culpa es del otro, como siempre. Estamos asistiendo de un tiempo a esta parte a una crispación político-social, pienso, de la que todos somos responsables. Claro que como es deporte nacional ya, le echamos la culpa a los políticos cuando éstos, lo he repetido en más de una ocasión, no son sino ciudadanos de la sociedad que componemos todos. Igual que los periodistas, los albañiles, los ingenieros, los especuladores, los emigrantes e inmigrantes, los rateros y los ladrones de cuello blanco. El último ejemplo (sólo daré una pincelada personal porque no soy analista político, pero tampoco apolítico porque apolítico no hay nadie), el análisis de políticos, contertulios, arregladores del mundo de barra de bar, empresarios y todos los que ustedes quieran, en torno a las elecciones en Cataluña.

Todos, como es nuestro defecto, echamos la culpa al otro en éste y otros asuntos de calado. Y podría poner muchos más ejemplos; seguramente que ustedes tienen otro montón. Baste añadir, verbi gratia, lo del tabaco, en el que el comisario de turno tiene en jaque a los productores españoles, con especial incidencia en los extremeños, que estoy seguro van a defender (y necesitarán sin duda todo el apoyo de la comunidad y no las boutades de turno diciendo "yo estoy aquí, ¿dónde están los otros?"; cuando el que o los que lo dicen no pusieron sobre la mesa lo que tenían que poner cuando nuestro ministro español no puso sobre la ídem lo mismo, oponiéndose de plano a lo que se veía venir), con uñas y dientes.

Porque lo del tabaco es una sin razón (¿se van a quitar las fábricas o se va a comprar el tabaco más barato?) para la que no se oferta siquiera una reconversión con las mismas características con que se hicieron otras y pagamos todos los españoles. Claro que, hablar de españoles, cuando por culpa del otro , como siempre, estamos en la que estamos ahora, con los ejemplos de Euskadi y Cataluña como más significativos, es nombrar la bicha.

Porque, como en alguna ocasión he escrito en este mismo periódico, hay atisbos de una fractura evidente del país y el poner brasas, en vez de apagarlas, con nefastas palabras o frases, como "los comunistas", "los rojos", "la izquierda" etcétera en campañas electorales por lo menos. Haciendo alarde de intransigencia, de falta de cintura política evidentes. Ahora les preocupa si éste ha ganado, si el otro ha perdido, si el fracaso ha sido del otro, cuando al otro se le niega sistemáticamente el pan y la sal, se le pone a escurrir o le ridiculiza desde medios de comunicación afines o adláteres permanentemente. Rechazo de plano, y también lo he escrito, el plan Ibarretxe por todas las razones que la mayoría de ustedes también tendrán, pero me parece inconcebible que con la que está cayendo, el presidente de todos los españoles no se haya sentado a hablar, --¡qué menos¡-- con el presidente de los vascos las veces que sean necesarias.

Ahora se presenta el jodido tema de Cataluña. ¿Hay que seguir con la eterna disputa de galgos o podencos y la culpa es tuya? Y no es que yo sea un ferviente defensor de la Corona, pero debo admitir que nuestro sistema de monarquía parlamentaria nos ha ido bien y no es momento de rupturas. Más aún, debemos todos hacer un penúltimo esfuerzo por evitar fracturas, insolidaridad y que la apertura del abanico de nuestro sistema de autonomías no vuelva a producir o agrandar las diferencias entre regiones ricas y regiones pobres. Se me ocurre, a bote pronto, decirle al líder de Ezquerra Republicana de Cataluña que afirma que qué recibe Cataluña a cambio de los dos billones que según él salen de allí, que tenga memoria histórica, y me muerdo otras cosas. Sólo dos preguntas: ¿A costa de quiénes y de qué su progreso en tiempos de dictadura? ¿No es la recíproca solidaridad y el sacrificio de todos los españoles lo que hace que continúe el progreso de todos y el avance evidente de las regiones que tuvimos abandonadas? No tengamos que romper la baraja. Y ahí estamos, debemos estar todos. Echarle la culpa al otro, a los otros, que encima no tiene, no tienen, el poder delegado de la mayoría de los españoles es, como mínimo, tener demasiada cara o sólo el pensamiento en el poder político, por encima de todas las cosas. Y eso no debemos consentirlo como podamos y unidos. Cada uno desde nuestro sitio.