Mientras los partidos tratan de digerir el resultado de las elecciones, los ciudadanos esperan noticias del futuro. En un país que en los últimos 4 años ha estado dividido en dos mitades, al menos se ha logrado el consenso al establecer un diagnóstico común sobre el tiempo pasado: la legislatura agotada ha sido la de la crispación. Cada mitad ha cargado sobre la otra la responsabilidad del desencuentro, pero las urnas han dejado un mandato inapelable para que el tiempo venidero sea el que permita deconstruir la crispación hasta arrancar sus cimientos.

Las urnas han dejado un claro ganador y un claro derrotado. Ganó un partido, el PSOE, y un candidato, Zapatero , que contará con un margen de maniobra mayor que el que dispuso en el periodo anterior. La demonización del candidato socialista por parte de Rajoy , al que durante un cuatrienio ha presentado como un político insolvente, disolvente, traidor, mentiroso, un "bobo solemne" que nos conducía por los caminos del apocalipsis, hace aún más dolorosa su derrota. Rajoy ha perdido y, según su propio diagnóstico, frente al más inepto, lo que deja en entredicho su propia fortaleza como líder.

Pero junto a los candidatos, en las urnas también ganan los ciudadanos. Y la España que ha ganado en las elecciones ha sido la que piensa que se puede mirar al futuro cerrando las heridas del pasado, la que cree que, con condiciones, se puede buscar un final dialogado a la violencia terrorista sin que eso suponga arrodillarse ante los terroristas ni traicionar a las víctimas, la que considera que se puede profundizar el modelo autonómico sin que se rompa España, la que confía en la justicia y en las fuerzas de seguridad y no las pone a los pies de los caballos al servicio de teorías conspiratorias, la que defiende la familia dando carta de naturaleza a nuevas formas de familia.

Creo además que esa España también está entre los votantes del partido derrotado. Mal haría el PP si interpreta su crecimiento perdedor como una invitación a profundizar en la crispación. Sus votantes han demostrado una vez más que el PP es un partido fuerte, con firmes opciones de gobierno. Y cuando un trasatlántico de esas características no consigue llegar al puerto deseado, la culpa siempre es de la tripulación que ha marcado el rumbo, no del pasaje que, impecablemente, ha vuelto a pagar religiosamente su billete.