XLxa globalización y difusión continua de imágenes dantescas más que demostrar, ocultan su causa principal: que los regímenes opresores y los estados ineficaces, por falta de legitimidad democrática, condenan a la pobreza y a la miseria moral a la mayor parte de la humanidad. Durante el siglo XX aumentó la esperanza de vida en los países pobres con una ayuda sanitaria elemental, a base de medicamentos, pero no se avanzó lo suficiente en la erradicación del analfabetismo, y menos aún en la asimilación de los principios y valores que reconocen a cada persona los derechos y las libertades fundamentales.

Sin cambios políticos, poco puede hacer una ayuda internacional escasa y muchas veces interesada, para cultivar la imagen cuando no por crudos intereses comerciales o militares. El grado de pobreza o el régimen político del país destinatario cuenta menos. A su vez, los gobiernos receptores de la ayuda la desvían para lograr sus propios fines, cuando no se la embolsan directamente. La ayuda a la pobreza puede llegar a ser contraproducente cuando sirve de sostén a regímenes corruptos y represivos, que abusan sin límite de una población mayoritariamente analfabeta.

La eficacia de la ayuda crecería exponencialmente si se concentrase en los países más pobres, sobre todo si en esos países la población participa en la elección de sus gobernantes. Dos condiciones, pues, deberían cumplirse simultáneamente: 1) Que se destine a los países más pobres, no aquéllos con abundantes recursos, donde la pobreza puede resolverse con una política fiscal redistributiva, es decir, siempre que los ricos paguen impuestos y el gasto público dé prioridad al desarrollo económico y social. 2) Que los gobiernos tengan legitimidad democrática, para fortalecer un estado que proteja a los más indefensos de abusos y arbitrariedades, y les ofrezca seguridad física y jurídica.

En el mundo desarrollado, por ingenuidad o cinismo, se admite que los países pobres estén subyugados por regímenes autoritarios. Por una parte, la política pragmática remite al interior de cada estado la resolución de problemas, importando poco el tipo de gobierno. Por otra, desde el idealismo, se aboga por las libertades de los pueblos, que sin democracia viene a significar la discrecionalidad de los gobernantes.

El bienestar de los países desarrollados se ha conseguido gradualmente, perfeccionando las instituciones democráticas y la economía de mercado. Históricamente, no hay otra vía hacia la prosperidad y el avance en los derechos y las libertades personales. Pero cuando se trata de comercio internacional, los países ricos parece que no creen en la economía de mercado, sino en los sistemas proteccionistas y coloniales. Exigen a los países pobres el desarme arancelario y que liberalicen sus mercados, desde los de recursos naturales hasta los servicios financieros, al mismo tiempo que cierran sus fronteras, o imponen aranceles prohibitivos a todos los productos del tercer mundo y de los países emergentes que puedan ser competitivos. Las ayudas y subvenciones destinadas a proteger las empresas nacionales multiplican en muchas veces la ayuda al desarrollo.

Los países pobres necesitan libertad para exportar sus productos y un acceso sin trabas a las nuevas tecnologías. Para lograrlo dependen fundamentalmente de la capacidad de liderazgo de sus propios gobiernos democráticos, con autoridad moral, que luchen por participar con las mismas reglas en el desarrollo de los mercados mundializados y en las instituciones internacionales que regulan la economía global.

*Economista