La reciente guerra en Georgia, en un intento de volver a la guerra fría, deja brasas ardientes que tardarán mucho en apagarse. Ha sido una vuelta a un pasado en el que un país consideraba que otros estados independientes eran colonias y que podía invadirlas militarmente con impunidad. Son muchas las lecciones a aprender de estos gravísimos hechos: desde el intento ruso de reafirmar su hegemonía en la zona, castigando a un país especialmente díscolo y que se aleja de su órbita, hasta el aviso a otros países exsoviéticos acerca de la capacidad rusa de reaccionar sin limitación.

Entre las lecciones a extraer de la evidencia está la relativa a las paradojas y fracasos de las relaciones y organismos internacionales. Georgia ha recibido un gran apoyo de EEUU en su proceso de democratización y alejamiento de Moscú. Ahora que ha sufrido una injerencia muy intensa de las tropas enviadas por el Kremlin, debe ponerse esto en conexión con el distinto modo de actuar de los grandes actores protagonistas de este drama (las víctimas de la guerra parecen papeles de reparto).

HACE SOLO cuatro años y medio, EEUU decidió, con el apoyo de otros agentes secundarios, llevar a cabo una invasión ilegítima de Irak. La lucha contra el terrorismo, las armas de destrucción masiva o lo que suponía tener un dictador asesino: varias fueron las razones esgrimidas para legitimar un gravísimo ataque a un Estado soberano y causar una guerra tan injusta como ilegítima (todas lo son). En ese tiempo, entre las muchas voces críticas con esa actuación se alzaba Rusia, que, cuidando siempre sus relaciones con el próximo Irán, consideraba precipitado y desproporcionado el ataque norteamericano. Otros de los críticos entonces fueron los dos países de mayor peso en la Unión Europea, Francia y Alemania, que no solo rechazaron la guerra, sino que desplegaron su diplomacia para evitarla y luego reconducir el disparate, agravado por una vergonzosa posguerra. En España, frente a la decisión de Aznar , los socialistas fueron contundentes en sus manifestaciones de rechazo de la invasión.

Ahora, con lo acontecido en Georgia, las paradojas son evidentes. La Rusia que criticó la invasión de Irak ha hecho lo propio con un país cercano. La excusa: la protección de la comunidad prorrusa de la separatista región de Osetia del Sur. Pero nada más interesante para los dirigentes del Kremlin que dar una lección y reafirmar ante otros su poder y hegemonía. Mientras, es justo EEUU quien con más firmeza ha criticado ese desprecio a la soberanía de un país, esta vez por parte de Rusia. En la UE, la actuación no solo es paradójica, sino también especialmente preocupante. Salvo el apoyo de sus nuevosmiembros, la reacción de los más relevantes ha sido algo más que cautelosa: muy tibia.

Sobre todo Francia, que este semestre tiene la presidencia de la UE, se ha caracterizado por un vergonzoso cuasi silencio. Sin llegar a ese nivel, Alemania ha sido muy prudente, aunque, al menos, la cancillera Merkel ha visitado, 10 días después, el país invadido. Las instituciones comunitarias dedicadas a la política exterior han seguido de vacaciones. Un nuevo y clamoroso fracaso para Europa. A escala patria, al Gobierno socialista, tan defensor del multilateralismo, tampoco se le ha oído ante esa actuación unilateral de un país tan potente. Ni siquiera se ha hablado de la crisis humana, con decenas de miles de desplazados y refugiados. El vasallaje ante una poderosa potencia, de la que tanto dependemos en lo energético, es evidente. Y el gremio de artistas, tan activo otras veces, estaba en la playa.

El fantasma de Kosovo recorre también el panorama. La independencia de esta región de Serbia fue muy alentada por EEUU como forma de arreglar el conflicto. Fuimos varias las voces que advertimos de lo contrario: la solución creaba un problema. En el nuevo país kosovar, el sentimiento nacionalista era tan hegemónico que lo mejor era impulsar su independencia, pensaron los genios del Pentágono. Los grandes europeos siguieron la misma estela. Ahora, en el caso de Georgia, hablan constantemente de la integridad territorial del país caucásico amenazado por los intentos secesionistas.

Rusia, que ahora ha invadido un país soberano vecino (como reprime brutalmente a los independentistas de Chechenia) y ha apoyado las pretensiones separatistas de Osetia del Sur y de Abjasia, defendía entonces la integridad de Serbia y censuraba la segregación de Kosovo considerando que una mayoría étnica diferenciada no justificaba romper un país.

CIERTAMENTE, en la política juegan varias claves. Una de ellas es la prudencia. Sin embargo, bajo este eufemismo se encubre en no pocas ocasiones la falta de valentía. Otro valor es el de la coherencia. Sin embargo, con ocasión de la crisis en Georgia, se ha revelado que esta no es una virtud de nuestros dirigentes mundiales. Unos y otros no han tenido reparo en ser inconsecuentes en grado máximo, mostrando su desnudez (nada atractiva) sin reparo. Cuando las paradojas encubren cinismo y pueden más que el sentido común, la pena y la voz en alto deben ser un estandarte.

*Expresidente de la Comisión de Derechos Humanos y Democracia de la Asamblea de la OSCE. Autor de La larga conquista de la libertad. De la URSS a la independencia, de próxima aparición.