Cantautor

Ver bailar a Diego Llori es vislumbrar otra dimensión de la danza flamenca. Porque parece bailar para que las antiguas raíces se liberen del olvido y de la tierra, se alcen sobre el asfalto de las ciudades, alcancen los rascacielos, toquen las nubes. El tiempo se hace quieto, intenso, vasto, suspendido y la emoción brota en las fuentes, en el origen difuminado del flamenco, como una hoguera traída del pasado, como una oscuridad donde de pronto aparece la luz de la belleza.

Baila con la tierra, con el dolor de la tierra, con la carga del trabajo, de las persecuciones, de las humillaciones, de la muerte. Y vence todo ello cuando alza los brazos y llena sus manos de "raza y de rezo". Y las ofrece al ritmo, a la magia, a la seducción, a la generosidad de la extenuación física, de la entrega sin reservas.

Bulerías por soleá, martinetes, alegrías, tangos, farruca, saetas, marchas de Semana Santa..., son los bailes que teje y desteje, tradición antigua rescatada con seriedad y pureza, con maestría que persigue y consigue los cielos de la danza. Que persigue y consigue convocar el rito, la pura esencia de ese arte portentoso y sin rival que es el flamenco. "Payos como olivos" cuenta con Pastora Vega, una de esas bailaoras de casta que derrochan sabiduría y magisterio en cada uno de sus movimientos, en cada uno de sus gestos.

"Payos como olivos" está enriquecido por letras escritas para este espectáculo. Baste un ejemplo: "Debajo de mi sombrero / hay sueños recién nacidos / empujando hacia la aurora / creyendo que ha amanecido / debajo de mi sombrero".

No quiero añadir nada más. Mejor que canten, que bailen, y que hablen ellos.