Fíjate, Berna, a ti que no te gustaba la política, las cosas que escribe el anterior jefe de Gobierno español en el ABC, por la nueva política exterior española y el regreso de soldados. Nunca menciona la palabra pueblo y, antes, el susodicho Aznar había llamado a Bush por teléfono para consolarle en un extraño gesto patriótico. La paz nos preocupa; Irak cada vez se pone peor, el dueño del Imperio se cabrea porque los insignificantes españoles retiran sus tropas (1.300 soldados) del lugar del conflicto al que nunca debimos acudir; crece el temor a nuevos atentados terroristas, nadie se siente seguro en Occidente cuando hemos alcanzado cotas de bienestar impensables hace 30 años, ¿verdad Berna ? Aunque los jóvenes lo tengan chungo de veras (en el fondo, como ocurrió casi siempre y antaño era peor porque había que coger la maleta e irse muy lejos), el mundo parecía más ancho y más hermoso, aunque los bolsones de pobreza hayan experimentado un tremendo crecimiento y las religiones se usen como arma mortífera para argumentar la violencia irracional y suicida. No somos capaces de hacer del diálogo la principal arma que arrinconase los intereses bastardos de los pocos de siempre que dominan las economías en nombre del y para el pueblo.

¡Qué respeto me produce la palabra por cuánto encierra! Todo para el pueblo decían... pero sin el pueblo. Los mayores sacrificios y las más espantosas brutalidades se han cometido en su nombre. Hoy en día, salvo en sistemas políticos bananeros o en dictaduras religiosas, el término está devaluado; es decir, el propio pueblo se desdibuja en los vocablos de nuevo cuño, como macroeconomía, balanza de pagos, producto interior bruto, tasa de desempleo, prima a la producción... La ansiedad y la depresión atenazan a la sociedad moderna desarrollada, la revolución es un concepto tan anticuado que se entiende en ámbitos urbanos para precisar la marginalidad, la masa ha quedado engullida en sí misma y el individuo se ha diluido en la célula social de la renta per cápita por habitante. Pero, al parecer, las personas existen, diferenciadas unas de otras, con sus problemas, sus trayectorias, sus luchas, sus familias y sus recuerdos. Y ni siquiera son mejor o peor que otras, solamente suyas, en el entorno en el que les ha tocado vivir, con más o menos dificultades, con más o menos oficios. Diríamos que, incluso, vidas vulgares y anónimas salvo para el reducido círculo de sus amistades. Nunca alcanzaron la fama ni renombre, ni salieron en los papeles, y menos en las televisiones locales o nacionales. Llenan las ciudades y las villas de nuestra geografía terrestre. Componen eso que antiguamente se llamaba el pueblo: el núcleo duro de la población, calificada como las mayorías silenciosas y, aún en muchos sitios, silenciadas, que Alvarez Lencero, el extremeño poeta, concretó:

"Toda la vida cavando/ un hoyo para las penas. /Qué hondo es el sueño del hombre/ debajo de tanta tierra".

Pero hay esperanza, gozo y dolor, sangre que corre impetuosa, supervivencia en cada célula familiar de estas personas. Conocidas en sus entornos sociales, desconocidas para las mayorías amorfas. Nada extraño en la era de la comunicación.

Ocurre que los recuerdos de cada biografía van unidos a personas, gente del pueblo, es decir, sencillas como usted y como yo. Que llegaron a este mundo con más o menos fortuna; que tuvieron que navegar entre dos o cuatro aguas para subsistir; que encontraron bienestar para ellos y sus familias; que sufrieron los embates de las enfermedades, benignas o graves; que se rodearon de más amigos que de enemigos. Que habitaron en un barrio cualquiera, pongamos que San Roque, en Badajoz. Todo muy normal. Y un día te enteras que Berna, sí ese que conocías desde hacía 35 años, se ha muerto.

Por eso, en el día en que se te acabaron todas las penas --y todas las alegrías--, por tantos ratos de hablar de todo y de nada, a vuela pluma, sin profundizar, viéndote como lo que eras, la encarnación del pueblo llano, con virtudes y defectos, significó la lucha anónima de tu persona en la que nos alienta para seguir escribiendo (a veces, tonterías) y preocupándonos por los demás. Por eso, don Berna, termino con otro Juan Pueblo, siguiendo con Luis Alvarez Lencero:

"En Badajoz y obrero. Canto ronco, /Llamándole al pan, pan, y al vino, vino. /Me doy de cuerpo entero. Y no me queda/ Más que mi corazón de amor partido.

*Periodista