Como él mismo recuerda en su libro de memorias 'El dilema', José Luis Rodríguez Zapatero pronunció el 12 de mayo de 2010 en el Congreso de los Diputados las 270 palabras que, en dos minutos y medio, cambiaron el futuro político de España. En la página 13 lo expresa así: "Son de esos días en que sabes que algo termina, aunque no esté muy claro qué va a comenzar".

Así lo viví yo. Mis lágrimas de aquella mañana se debían a esa sensación de quiebra. Eran una mezcla de rabia e impotencia y, al mismo tiempo, de emoción por retos desconocidos y nuevas heroicidades.

En la página 14 continúa: "No sé si la renuncia hubiera favorecido mi imagen o la de mi partido, pero estoy seguro de que no era conveniente para España". Según continúa el relato de Zapatero -cuya lectura recomiendo vivamente-, el anuncio de reducción del gasto público suponía esquivar el rescate español, facilitar la ayuda a Grecia y, sobre todo, evitar un colapso financiero mundial de consecuencias imprevisibles. Aquella decisión de ahorro ("recortes") iba a determinar su futuro político y el del PSOE. A toro pasado, es indiscutible que Zapatero tomó en contra de sus principios una decisión que le perjudicaba personalmente y que dañaba a su partido, pero que evitó condiciones tan duras como en Grecia o Portugal y permitió que la economía internacional no se derrumbara.

Después de ganar las elecciones en Grecia el 25 de enero de 2015, Alexis Tsipras llegó a la presidencia prometiendo el fin de la austeridad; es decir, el fin de esos "recortes" que la izquierda radical europea había criticado duramente, sobre todo a los partidos socialdemócratas como el de Zapatero. Tsipras era entonces la representación viva de que podrían hacerse políticas muy diferentes a las que habían llevado a cabo los partidos de centroderecha y centroizquierda. Desde enero a julio de 2015 su gestión se redujo a un tira y afloja con las instituciones de la Unión Europea para tratar de demostrar que, efectivamente, "Podemos".

ASI, se tuvo que enfrentar al mismo dilema que Zapatero: actuar en contra de sus principios o renunciar. Tomó una vía intermedia: preguntar al pueblo griego en un polémico referéndum que se celebró el 5 de julio y que arrojó un claro "NO" (61%) a la propuesta de los acreedores griegos. Con una mayoría absoluta de facto para gobernar, un referendo ganado y el prestigio de ser el representante europeo de una alternativa a la austeridad, Tsipras era aquel día uno de los líderes con mayor legitimidad democrática que uno es capaz de recordar en la historia reciente. ¿Qué pasó después?

El lunes 6 de julio renunciaba Yanis Varoufakis , artífice de la estrategia de resistencia económica ante Bruselas. El 13 de julio, Tsipras aceptaba un acuerdo con la eurozona con más "recortes" que el propuesto antes del referéndum. En octubre -tras otro triunfo electoral en septiembre- anunciaba la subida del IVA y la bajada de las pensiones. En enero de 2016 el descenso de las pensiones se situaba por encima del 30% en algunos casos. En febrero privatizaba el puerto de El Pireo, símbolo cultural griego, vendido a la empresa china Cosco Limited. En abril proponía a los acreedores la subida del IVA hasta el 24%.

LA 'HEROICIDAD' de Tsipras fue, según sus defensores, intentarlo (como dicta el refranero, el infierno está empedrado de buenas intenciones). La "heroicidad" de Zapatero fue, según sus defensores -entre los que me encuentro-, inmolarse. Zapatero fue menos egoísta porque sacrificó su carrera política y el prestigio de su partido para evitar males colectivos mayores. Tsipras fue coherente con sus principios en el ámbito del discurso, pero no en el de los hechos. El destino de ambos, el mismo: aplicar medidas impopulares tomadas desde la UE, la entidad supranacional a la que Grecia decidió ceder soberanía en 1981 y España en 1986.

Este relato de la política internacional contemporánea demuestra que solo hay heroicidades genuinas cuando el objetivo es verdaderamente utópico. La utopía no es hoy que Podemos le haga el sorpasso al PSOE o que la izquierda europea exhale el último suspiro para poco más que neutralizar a la ultraderecha. Eso son menudencias, batallas pírricas.

La verdadera utopía del siglo XXI, y donde se podrán distinguir los héroes genuinos de la nueva izquierda, es el Gobierno de la globalización. Mientras algunos decíamos esto en 2001, otros como Pablo Iglesias participaban en revueltas antiglobalización: implorar que dejara de llover en medio de la tormenta, como el tiempo ha demostrado. Se ha perdido un tiempo precioso. ¿Que gobernar la globalización parece imposible? Claro. Como ocurre con todas las verdaderas utopías.