Doctor en Historia

Cras siglos de atraso y de servir de granero y/o de mano de obra para el resto de España, en los últimos 20 años asistimos a una profunda transformación del cuerpo económico extremeño. El impulso dado al mundo de la innovación, de las ideas, el culto a la inteligencia se adivinan como los próximos retos.

Los promotores, los miles de creadores de empleos diarios que con tanto esfuerzo han contribuido a dibujar un mapa de nuestra realidad muy diferente a la que estábamos acostumbrados, permiten desmitificar tópicos sobre el ser extremeño. Todavía hay quien asocia la ruralidad o la periferia a la ignorancia y el olvido, pero una nueva situación ha posibilitado, no sólo la multiplicación de nuestras posibilidades, sino la diversificación. En la actualidad somos vanguardia en algunas cuestiones. Somos referencia en políticas de nuevas tecnologías; somos un pueblo que ha forjado otro estereotipo con respecto a su imagen colectiva.

Buena parte de estos méritos están en el haber de aquéllos que apostaron por permanecer en Extremadura. Que creyeron en su futuro y construyen día a día su laborioso presente. Y sobre todo hay que agradecer a todos los que han sabido percibir la relación entre las posibilidades de su tierra y el mundo del siglo XXI. No se trata de imbuirse de ensoñaciones decimonónicas del deseo de permanencia en los paraísos perdidos frente al incesante trajín del urbanita. Se intenta, por el contrario, adaptar un escenario de progreso a un entorno inigualable.

Sin renunciar a los mecanismos de desarrollo, introducimos las peculiaridades de nuestra riqueza y, en especial, despreciamos la abulia y el conformismo de seres dominados. Si avanzamos es porque queremos. Si creemos en ello, resultará más fácil.