De un tiempo a esta parte pareciera haberse convertido en normal que el PSOE y el PP pactaran los presupuestos extremeños. Dos veces seguidas Vara y Monago se han dado la mano, junto con la única diputada de Ciudadanos de acompañante, para cabreo de Álvaro Jaén, secretario general de Podemos, quien --como un déjà vu-- no para de decir desde que comenzó la legislatura que socialistas y populares son la misma cosa aunque con distinto envoltorio. Ya sabemos que en la formación morada (y sobre todo cara a Vistalegre II) conviven dos facciones claramente divididas, Pablistas y Errejonistas, pero en Extremadura la segunda (más próxima al pacto y el entendimiento con el PSOE) no existe: el enemigo a batir es la derecha, pero los socialistas no son amigos ni compañeros desde el momento en que parecen abducidos por el PP.

No deja de ser curioso que Podemos diera el sí a la investidura de Vara y que luego, salvo la ley de emergencia social aprobada también esta semana, haya sido incapaz de llegar a acuerdo alguno con el PSOE. Lo fácil es echarle la culpa a los socialistas, soberbios como están de que venga alguien nuevo a darles lecciones de ideología, pero alguna responsabilidad también debe tener la formación morada de no saber embridar a un gobierno en minoría que busca desesperadamente un clavo al que agarrarse que no sea el PP.

No me creo que Vara esté cómodo sentándose a negociar con Monago. Primero porque la empatía cuando los papeles estaban intercambiados nunca se dio por parte del segundo (sólo hay que recordar cuando Vara llegó de nuevo al poder y le dijo que la otra mejilla nunca más); y segundo, porque es claro y evidente que, en caso de acuerdo, quien sale ganando es el gobierno, pero el líder de la oposición obtiene una notoriedad importante. Monago estaba muerto políticamente hablando al inicio de la legislatura, pero pasado año y medio, con esa oposición dura en algunos momentos pero constructiva en otras, nadie duda de que ha vuelto al tablero político regional.

Vara ha conseguido sacar adelante sus cuentas y va a poder llevar a cabo sus políticas, lo que le reportará el apoyo de la ciudadanía, pero el PP se va a encargar de publicitar, ya lo está haciendo, sus logros diciendo que estas cuentas «tienen padre, pero también madre», lo que se traduce en cuantiosas ventajas, curiosamente muchas de ellas para ciudades donde gobiernan sus ayuntamientos.

Me temo un divorcio express en breve. En primer lugar porque el PSOE ya no requiere del apoyo del PP, puede plantear una prórroga sin problemas caso de obcecarse los populares en intentar un mejor resultado, y segundo porque en mayo llega el ecuador de la legislatura. Mucho riesgo para un gobierno de izquierdas acudir a las urnas cogido del brazo de la derecha. La separación que realizó el PP de Izquierda Unida, por ejemplo, no fue así planificada en la pasada legislatura --llevándose hasta las últimas consecuencias-- y ya me dirán qué pasó, que el PP perdió los comicios e Izquierda Unida desapareció del mapa.

Porque es evidente que existe la responsabilidad de todo dirigente. Nadie duda de que los máximos responsables del PSOE o del PP quieren lo mejor para el territorio al que sirven, estén en el gobierno o estén en la oposición. Pero todos ellos --y quien diga que no miente-- tienen un ojo puesto en las próximos comicios. Los partidos políticos, los viejos y ahora también los nuevos, cuentan con maquinarias electorales y quieren seguir saliendo victorosos en cualquier contienda para intentar alcanzar el poder. De ahí que haya estrategias y que éstas estén siempre amparadas en el derecho legítimo de ganarle la partida al contrario.

Por eso tengo tan claro que el buen rollo del PSOE y el PP va a pasar mejor vida. Lo que no sé es qué va a ocurrir en la relación del PSOE con Podemos. Supongo que buena parte de lo que nos encontremos será espejo del escenario que se conforme a nivel nacional, a ver qué ocurre en la pugna entre Iglesias y Errejón o entre Susana Díaz y Pedro Sánchez/Patxi López, porque un acercamiento entre ambas formaciones sería normal o hasta lógico desde el punto de vista ideológico, pero no quizá desde el punto de vista electoral.

No obstante, acabar la legislatura sin pactos ni acuerdos en Extremadura donde gobierna la izquierda tampoco parece razonable. Tirarse 4 años de desencuentro sin lograr casi nada resulta un saldo demasiado exiguo como para pedir nuevamente el voto. En ambos casos.