Si hubiéramos de hacer balance del curso escolar recién finalizado, podríamos decir que, quizás, el debate más traído y llevado ha sido, una vez más, el concerniente a la autoridad del profesor en el aula y, por extensión, su cuestionable designación oficial como autoridad pública. Para justificar esta reclamación se atiende principalmente al clima de rebelión en las aulas que a veces parece subsistir en el actual predio de la enseñanza, con padres enfrentados al profesorado y un alumnado díscolo que apenas sabe lo que significan palabras como esfuerzo, respeto y moral. Mientras tanto, en el utópico horizonte donde reside la panacea de todos estos males despunta el modelo educativo de Finlandia, ejemplo a seguir cuyas características se argumentan una y otra vez cuando se habla de cómo lograr un adecuado éxito escolar.

Sin embargo, ni esto es Finlandia ni toda la culpa es siempre de los padres y de las madres. La realidad socioeducativa de este país nórdico --por no hablar de otros factores como el clima, la historia, las costumbres culturales, etcétera-- es completamente distinta a la española. Mientras que el nuestro es un currículo particularmente denso que, tras cada reforma educativa (de corta frecuencia, por cierto) introduce nuevos elementos sin desechar otros y obliga al profesorado a desarrollarlos en el aula, tales como la recomendación de impartir contenidos puramente conceptuales al mismo tiempo que se entrena al alumnado para la vida emocional y social (junto a unas ratios sobreelevadas y la imposición por norma de programas, programas y más programas), el currículo finlandés introduce materias que facilitan la socialización y relajan la carga lectiva. En consonancia, la formación y cualificación profesional del profesorado finlandés, sin menoscabar la propia del español, se sitúa en una de las mejor valoradas de Europa y, por ende, del resto del planeta. El homólogo en aquel país a un profesor o profesora de Educación Primaria parte con una formación inicial de aproximadamente 6.400 horas, mientras que en el nuestro apenas supera las 1.500. Todo ello no evita que, como sabemos por los medios de comunicación, en algunas ocasiones hayan sucedido hechos luctuosos en algunos centros educativos, como la masacre de Tuusula en el 2007 o la de Ostrobotnia del Sur un año después, cuando estudiantes supuestamente aquejados por el síndrome Amok (el síndrome cultural definido por la psiquiatría para calificar los ataques espontáneos de locura salvaje que acaban en asesinatos indiscriminados), mataron a varios de sus compañeros suicidándose después.

XPERO ES CIERTOx que ese país despunta en cuanto a resultados académicos. Como ya se ha señalado en diversas ocasiones, el sistema educativo finlandés se apoya en tres pilares básicos que se coordinan entre sí: un profesorado altamente cualificado y competente emocionalmente para enseñar, unas familias muy conscientes de su responsabilidad como padres, y una administración educativa atenta a las necesidades reales de los centros y en una constante renovación centrada en la calidad pedagógica, no en la cantidad. Estos tres pilares --también se ha señalado y constatado ya hasta la saciedad-- en la realidad educativa española no se coordinan, sino que más bien se bloquean y se enfrentan constantemente.

No obstante, en defensa de las familias españolas habría que decir que, por lo general, suelen ser bastante colaboradoras- cuando se les permite. A la dificultad de conciliar la vida laboral con la familiar se suma, en estos tiempos de sobrecarga lectiva en que los niños simultanean múltiples aprendizajes, la dificultad de conciliar la vida escolar: padres y madres en general se desviven porque sus hijos lleven hechos los deberes en los plazos establecidos, estén a la hora de entrada dispuestos en las filas (consideradas como antipedagógicas por algunos, instructivas por otros), y cumplan a rajatabla con las exigencias de un currículo cuya estructura --ya se ha anunciado-- se propone cambiar por enésima vez durante el recién iniciado verano.

Allí donde las familias son invitadas a participar de la vida diaria del centro educativo (más allá de la aportación culinaria en el Día del Centro), mejora de forma global el clima de relaciones y se reduce el número de conflictos entre los diversos sectores que lo componen. La autoridad en el aula no se impone por decreto ley, sino que se gana con la práctica diaria. Hay quien, en el ejercicio de su profesión, confunde antigüedad con experiencia, y ambas con destreza a la hora de enseñar, sin olvidar que la de la enseñanza es una difícil tarea en los tiempos que corren de globalización y diversidad multicultural.

Como muy bien supo expresar Antonio Machado , maestro de profesión, a través de la voz de su álter ego Juan de Mairena , "No olvidéis que es tan fácil quitarle a un maestro la batuta, como difícil dirigir con ella la quinta sinfonía de Beethoven ".