WEw l estado de gracia del presidente Nicolas Sarkozy ha resultado ser tan efímero como otras alegrías surgidas de la vorágine mediática más que de la reflexión ante las urnas. Los electores franceses, prudentemente precavidos ante los excesos del poder y los ribetes bonapartistas de la situación, otorgaron al centro-derecha una victoria esperada en las elecciones legislativas del fin de semana, pero le negaron el carácter aplastante que auguraban las encuestas, el cheque en blanco solicitado para acometer unas reformas tan inaplazables como polémicas. Ante la apertura de Sarkozy y su gobierno, los electores respondieron con una saludable inquietud por preservar el pluralismo en la Asamblea Nacional.

La cruz de esa sabiduría electoral de los franceses fue la escasa movilización ciudadana ante las pocas dudas que ofrecía el escrutinio. Según todos los análisis, el Partido Socialista (PS) y el equilibrio parlamentario no fueron salvados por los abstencionistas de la izquierda en la primera vuelta, sino por los electores del centro, seducidos por el discurso de François Bayrou e inquietos por el excesivo presidencialismo de un Sarkozy tentado por el vértigo del poder, de la reforma permanente y acelerada, pero agobiado por el errorclamoroso de anunciar una brutal subida del IVA, nada menos que de 5%.

El sistema mayoritario, como era previsible, acentuó el bipartidismo que lleva años imperando en Francia y aplastó a los extremos y al centro en gestación. El Partido Socialista se verá forzado a partir de ahora a compaginar su oposición parlamentaria con el proceso de renovación interna, ahora que está agotada la estrategia del programa común de la izquierda de 1981 y Ségolène Royal, luego de haber preconizado el entendimiento con Bayrou, parece reforzada ante los elefantes del partido para cambiar el discurso y el proyecto en un viraje hacia ese centro que prestó los votos para que el PS resistiera con honra. Pero la pugna interna se anuncia enconada, máxime ahora que Royal ha desvelado que llevaba tiempo separada de su marido, con el que tiene cuatro hijos, a la sazón máximo responsable de los socialistas galos, y con quien apareció en la campaña electoral dando una sensación ficticia de matrimonio bien avenido.

La victoria amputada de la derecha abre ahora el período de las reformas a todo tren, para cuya aprobación cuenta el Gobierno con una mayoría suficiente en la Asamblea, pero que podrían despertar con estrépito, como otras veces, las oposiciones latentes en una sociedad electoralmente persuadida de la conveniencia del cambio, pero en la que pesan mucho los factores ideológicos, los privilegios burocráticos y los egoísmos alarmados.

Tras sufrir el domingo su primer revés inesperado, Nicolas Sarkozy deberá extremar todas las cautelas para tener una presidencia estable.