XSxeguridad o libertades? Ha tenido que producirse el atentado del pasado día 7 en Londres para que Europa, que mostró una cierta indiferencia cuando tuvo lugar la horrible masacre del 11 de marzo del año pasado en Madrid, o la del 11 de septiembre en Estados Unidos, ponga el eterno dilema de nuevo sobre la mesa. ¿Cuánto recortar las libertades para garantizar la seguridad? Las voces en uno u otro sentido ya se están dejando oír. Un estrépito tremendo en el que, naturalmente, quienes acabarán ganando son los terroristas.

Y acabarán ganando, sobre todo, si decidimos sofocar, o al menos atenuar, algunas libertades fundamentales para presuntamente incrementar una seguridad que es imposible de garantizar ante personas que no respetan ni la vida de los demás, ni la propia. ¿Qué libertades existen en la martirizada Irak, donde los niños mueren cada día a decenas? Es tal la diferencia de conceptos entre Occidente y esas mentes enfermas que apelan al Islam para justificar sus crímenes, que ni las más severas restricciones, ni la mayor vigilancia policial, impedirían que fanáticos suicidas se lancen contra grupos de personas inocentes.

Lo cual no quiere decir, desde luego, que no haya que incrementar controles sobre grupos sospechosos y abandonar, quién sabe si para siempre, esa simpática bonhomía que llevó a Europa a prescindir de fronteras y controles aduaneros internos, o a considerar un ataque a la dignidad personal dotarse de un documento de identidad. Una cosa es una cosa y otra, otra. Dad al dios de la seguridad lo que es suyo, y al césar de la libertad lo que le pertenece. Guantánamo fue una mala experiencia colectiva para quienes creemos en las libertades y en la dignidad de las personas. Fue también una pésima nota para la imagen de los Estados Unidos y, como ocurre con todos los excesos, tuvo un efecto boomerang contra lo que se pretendía: castigar ejemplarmente a los que amparan y ejercen el terrorismo. Seguramente que no debemos ser utópicos, y también sería un error alinearse con quienes, abominando desde luego de los métodos del terror, pretenden comprenderlo, sin justificarlo, porque hay desigualdades en el mundo y la opulencia europea constituye una constante llamada a la ira de los menos favorecidos.

Defenderse, sí. Los métodos a emplear han de ser inteligentes, razonables y humanos. Las detenciones preventivas que estos días se han producido en Italia, el mero debate sobre si hay que ejercer un control generalizado sobre las llamadas de los teléfonos móviles o los mensajes de Internet, serán contraproducentes para lo que se pretende, que es garantizar el bienestar de los ciudadanos. Que, por cierto, no siempre tienen todos los elementos para confiar ciegamente en sus autoridades.

La privacidad es un derecho que debe garantizarse y sólo anularse cuando exista sospecha fundada de delito y bajo control judicial. En España tenemos tristes ejemplos de lo que han sido los controles telefónicos a cargo de los servicios secretos, y malo sería que volviese a cundir la sospecha de que todos estamos siendo escuchados en nuestras conversaciones íntimas o espiados en nuestros mensajes por Internet.

La superioridad moral de las democracias se basa en su amor a la libertad. Un ejercicio razonable de esa libertad ha de quedar siempre amparado. Incluso frente a quienes trabajan para garantizar nuestra seguridad. Esa es la base de la democracia, precisamente la que quieren socavar los asesinos con sus matanzas.

Las detenciones preventivas , el debate sobre si hay que ejercer un control generalizado sobre las llamadas de los móviles o los mensajes de Internet, serán contraproducentes para lo importante, que es garantizar el bienestar de los ciudadanos