Profesor

El ser humano posee múltiples facetas, unas virtuosas y otras gilipollescas. Las virtudes y los defectos son fruto en buena parte de la evolución humana (no olvidemos que Atapuerca nos está confirmando que ya hace 800.000 años un primo hermano nuestro, el homo antecessor , paseaba por estas lides) o bien ensoleradas a costa de chorradas propias. Ejemplo de homo público horribilis es el homo pedante , fruto del error político de algún benefactor de turno que, cieguito y ajeno a tanta pedantería, le brindó la oportunidad de demostrar, aunque no sepa hacer nada, a colaboradores, sufridores o incluso a sectores bien amplio de la comunidad lo petardo que es.

Gusta a este eslabón perdido de la clase directiva ir largando a diestra y siniestra sus virtudes, autoalabándose de lo bueno que es, "tan bueno soy --dice el anti-homo sapiens-- que mi benefactor no sabe qué cargo darme porque valgo para todo".

El tiempo y la observación me han hecho descubrir, no sin tristeza y decepción, que estos patéticos personajes se vanaglorian incluso de no pertenecer a los colores que les mantienen en el cargo. ¡Viva la independencia pues, y guerra a los leales!

Muchos observadores de la cosa pública imaginamos que, para mantener a estos figurones tan "polivalentes y libres políticamente", las criaturas deben tener otras series de virtudes tan escondidas o secretas que nadie alcanzan a descubrirlas, al menos que el ser pelotillero o chivatillo sea una buena razón para ello. La historia nos demuestra que los benefactores son los últimos en enterarse de los errores de quienes les rodean y, curiosamente, son los primeros que pagan las pedanterías de éstos.

¡País de buenos homos, ajenos a la pedantería!