Consciente de la amenaza que sus ideas, además de su persona, suponían para la unidad de su partido, Josu Jon Imaz ha renunciado a defenderlas desde la posición privilegiada que representa la presidencia de la ejecutiva. Así puede resumirse el artículo en el que el todavía presidente del EBB anunciaba el miércoles su retirada de la contienda electoral interna y, más en general, de la vida política activa. Había, pues, riesgo de división en el partido jeltzale, y tal riesgo estaba directamente vinculado a las ideas.

Conviene dejar clara esta doble conclusión frente a quienes, desde dentro del partido, siguen empeñados en defender que todo se reducía a un enfrentamiento de personas y no alcanzaba la categoría de confrontación de proyectos. Al final, el propio Imaz ha venido a confirmar la evidencia. Los discursos que veníamos escuchando de boca de Egibar, de Ibarretxe y del propio Imaz no diferían solo en el tono o el estilo, sino que encerraban auténticas discrepancias doctrinales. En este sentido, el anuncio de la renuncia de Imaz ha tenido ya un primer efecto clarificador, que deberían empezar por interiorizar quienes, en el seno del PNV, se empecinan en cerrar los ojos a la realidad.

XTAMPOCOx resulta especialmente difícil detectar las ideas que, defendidas por Imaz, provocaban división en el partido. De hecho, muchos analistas políticos las han señalado. Suelen resumirse en dos: la radical separación entre el proceso de pacificación y el de normalización, y la defensa a ultranza del pacto, tanto dentro de Euskadi como entre Euskadi y el Estado, como único instrumento para resolver el conflicto político vasco.

Imaz, que gustaba de comunicar ideas complejas mediante términos claros y rotundos, había acuñado, para definir su pensamiento, un par de expresiones que hicieron fortuna en la opinión pública. La separación de los mencionados procesos de pacificación y de normalización quedó formulada con la acertada frase de "primero, la paz, y luego, la política".

La idea del pacto, por su parte, se transmitió mediante el no menos certero binomio de "no imponer y no impedir". Fue precisamente esta última expresión la que dio título al ya famoso artículo que publicara en varios medios el pasado 15 de julio y en el que explicó, con habilidad y claridad inusitadas, la íntima relación que existía entre ambas ideas.

Quizá alguien pudiera extrañarse de que ideas tan razonables para cualquier observador de la realidad vasca y española, o incluso para cualquier ciudadano de a pie, constituyan todavía motivo de fricción en el seno de un partido político de tan acendrada tradición democrática como el PNV. Pero así es. Todavía quedan en el nacionalismo vasco quienes ven en la violencia que ejerce ETA una consecuencia de un conflicto político irresuelto y confían, por tanto, su superación a algún tipo de transacción que dé satisfacción, siquiera indirecta o por persona interpuesta, a las reclamaciones políticas de la banda. Y siguen también existiendo, en el seno del mismo movimiento, resistencias notables a aceptar que el pactismo, y no el rupturismo, sea la solución adecuada al conflicto vasco.

Por ello, el apoyo tan decidido que Imaz prestó al presidente Zapatero en la gestión del final dialogado de la violencia, que se basaba, no lo olvidemos, en la mencionada separación de procesos que propugnaba el aún presidente del PNV, así como la defensa que este mismo hacía del "acuerdo entre diferentes" o de la "transversalidad" como instrumento imprescindible para la resolución del contencioso vasco y, en definitiva, para la construcción de una sociedad vasca cohesionada, abrieron una crisis en el seno del partido que su renuncia no ha hecho ahora sino explicitar.

XPERO, SIENDOx certero este análisis que los observadores hacen de la situación, quizá no sea del todo completo. La auténtica fuerza desestabilizadora de esas dos ideas que defiende Imaz no está, por así decirlo, en ellas mismas, sino que reside en la raíz ideológica de la que surgen y en las consecuencias doctrinales que acarrean. Las dos ideas que hemos citado no son, en efecto, sino la superestructura más aparente de un edificio intelectual que echa sus cimientos, no en la reproducción de las fórmulas tradicionales del sabinoaranismo, sino en la asunción de la actual realidad con todas sus consecuencias. Es la pluralidad de la actual sociedad vasca, sus contrapuestas sensibilidades nacionales e identitarias, el dato fundamental sobre el que pretende asentarse el nacionalismo de Imaz.

La "transversalidad" como contraposición a la "acumulación de fuerzas" o el "pactismo" frente al "soberanismo rupturista" no son sino la convicción estratégica de quien ha comprendido que la pluralidad política y cultural de la sociedad vasca no constituye un estorbo coyuntural que la construcción de la auténtica nación tendría que remover para hacerse realidad, sino un hecho constitutivo e incluso enriquecedor con el que hay que contar, y que hay que integrar, en la construcción de la única nación vasca que realmente merece la pena llevarse a cabo desde el punto de vista ético y democrático: la nación de ciudadanos libres.

Es este debate que Imaz ha abierto el que despierta en su partido auténtico horror. Basta con leer la última ponencia política para constatarlo.

*Escritor