Los graves ataques informáticos sufridos ayer por empresas españolas y hospitales británicos -muy similares, y probablemente con el mismo origen- recuerdan de nuevo la enorme importancia de dotar de seguridad a las redes telemáticas. Hoy, ni los servicios básicos en la vida cotidiana de las personas ni, por descontado, la actividad económica son concebibles sin la conexión instantánea y a rápida velocidad entre servidores situados en cualquier parte del planeta. La ciberdelincuencia ha adquirido a estas alturas del siglo XXI un peligro acorde con el peso del desarrollo tecnológico en el mundo. La dialéctica entre la virtud (o la ley) y la maldad (o el crimen) es tan antigua como la humanidad, y las redes informáticas no son una excepción. Los tiempos iniciales de internet, a mediados de los años 90, en los que la puesta en circulación de un virus era algo casi anecdótico y con daños relativamente menores, han quedado atrás, y hoy las conexiones y los archivos digitales son objetivo directo de bandas organizadas, ya sea por motivos directamente económicos o de otro tipo. Y como no es previsible que este riesgo vaya a disminuir, la prevención es el arma más efectiva para disponer de un umbral mínimo de seguridad ante el ordenador.