Treinta años de profesión periodística tocando todos los palos posibles no le impiden a uno sorprenderse de vez en cuando, y además en clave positiva. No está mal, pienso, en un mundillo cada vez más encorsetado y cada día más previsible, salvando loables y jubilosas excepciones.

La escena es bien sencilla. Veo que una cámara de Canal Extremadura Televisión entra en el vestuario del Cacereño para grabar el inicio del trabajo de la semana. Allí se puede ver al entrenador, Adolfo Muñoz, dirigiéndose a los futbolistas horas después de haber encajado su segunda derrota consecutiva y, sobre todo, haber perdido el liderato.

Durante mucho tiempo se ha dicho que el vestuario de un equipo, especialmente de fútbol o de baloncesto, tiene la condición de sagrado, que es un espacio único donde solamente tienen cabida los técnicos y los deportistas. Ahora todo parece haber cambiado: estamos en la era en la que todo puede salir a la luz pública, hasta lo más interno. Normalicemos todo, proclamo, aunque sin pasarnos para no enseñar cada uno nuestras respectivas vergüenzas. En el caso que nos ocupa, hay que celebrar que los consumidores de deporte puedan ver lo que se cuece dentro. Y, además, se haga todo de forma natural, sin más.

Reconozco que me ha sorprendido lo del Cacereño porque Adolfo Muñoz me parecía alguien con la suficiente imagen de tipo serio y hermético para que ni tan siquiera me hubiera ‘atrevido’ a sugerirle hacer algo similar.

Desdrameticemos. Vivamos. Contemos los periodistas y nútranse de realidad las audiencias. Solamente así seremos más felices, veremos todo más natural. Se gane o se pierda, no deja de ser deporte. Otra cuestión bien distinta es proclamar a los cuatro vientos las cuitas y los affaires de los famosos. Ahí se airea todo con el dinero de fondo. Y, claro, huele el ambiente a basura.