Profesor

La acción se desarrolla en el lejano oeste: Un vaquero entra apresurado en el saloon , impulsando de enérgico golpe sus puertas batientes. Corred, corred, ocultaos, que viene Joe Ball-Chopper, que se los corta a todos los que tengan tres , exclama con la respiración entrecortada, haciendo referencia a lo que el lector habrá de entender y la buena educación me impide explicitar. ¡Ah, bueno, entonces yo no he de preocuparme , acierta a decir un pacífico parroquiano, yo sólo tengo dos! . Sí, sí , prosigue el vaquero, no lo pongo en duda, pero es que primero los corta y luego los cuenta...

¿Parecerá a alguien que contar el viejo chiste constituye vulgaridad imperdonable y dar cabida a él algo impropio de las páginas de este periódico? Pues sí, es muy posible que así sea. Yo también considero que el mal gusto debe evitarse a toda costa. Pero permítanme explicar por qué me ha venido a las mientes el soez chascarrillo y, luego, díganme si no es cierto que hay realidades que superan en chabacanería a la ficción más grosera...

La primera vez que recordé la historieta fue hace unas semanas, cuando el señor ministro de Justicia e Interior (difícil combinación, la de la porra y la balanza) entró por méritos propios en la historia del Derecho al justificar el drama vivido por Dolores Vázquez, la injustamente condenada por el crimen de Mijas, por su perfil delicuencial verosímil . No se trata ya de que al así expresarse el señor ministro hiciera manifiesto desprecio de la lengua castellana, a la que debiera estar obligado a proteger, sino de que dejó la presunción de inocencia, uno de nuestros más fundamentales principios democráticos, a la altura de sus mismísimas botas. Aún estamos esperando su rectificación.

Pero no es sólo el ministro Mediavilla el que me recuerda al Joe del chiste. Hace apenas unos días, su superior, el inefable Aznar, convertido ya en caricatura de su marioneta, se apropia de nuevo esa forma tan civilizada de pensar (es un decir) de su compinche transoceánico y sugiere a las Fuerzas Armadas la ejecución de ataques anticipatorios para atajar lo que él llama terrorismo y puede servir tanto para un roto como para un descosido. Es decir, primero atacamos y luego vemos si los muertos eran de los buenos o de los malos ... ¿No coincide el lector conmigo en que estas cosas sí que resultan de mal gusto, y no un chascarrillo más o menos ramplón? Porque tantos aznares y meviavillas como éstos que hemos de soportar, actores de medio pelo en una tragicomedia de dimensiones universales, están haciendo un daño irreparable a la conciencia democrática de nuestro pueblo. Al despreciar tan groseramente principios que debieran regir de manera inviolable las relaciones tanto entre los ciudadanos como entre las naciones, están erosionando pilares básicos de nuestra convivencia. Estos individuos, cuyo perfil delicuencial el lector juzgará si es o no verosímil, son peores que el bruto del chiste. Al menos, aquél hacía con sus propias manos el trabajo sucio. Estos no, éstos se lo encargan a otros, mientras ellos reciben honores, visten de chaqué e incluso comulgan los domingos. ¿Lo harán con la conciencia tranquila?