Supongo, tendríamos que retroceder a los tiempos más remotos cuando el cerebro de los incipientes humanos empezó a comprender el bien y el mal, para encontrar sentencias sanas y limpias como a las que a pesar de su escasa racionalidad, aplicaban los jefes de clan o tribu en sus decisiones o castigos en los conflictos aldeanos, porque a medida que el cerebro se iba desarrollando con el paso de los milenios, los más listillos inventaban triquiñuelas para disminuir la severidad de lo que ahora se llama justicia para beneficiar a los maleantes, con el triste y vergonzoso resultado que en la actualidad son demasiadas las veces que de justicia solo tiene el nombre, porque los malabaristas de las leyes, ahora abogados, que son los homólogos de los listillos de antaño, han conseguido que la justicia solo tenga en cuenta el daño monetario porque el moral a veces es tan cruel y repugnante, que son incapaces de defender la demoníaca maldad del que los ha contratado, como robar, estafar o apoderarse del ahorro de muchos años de miles de personas humildes hundiendo a todas las familias a graves probaciones domésticas incluso en la miseria, quedarse con el dinero destinado ayudar a familias necesitadas o condenar a seguir con la misma precariedad de siempre a los que habían puesto todas sus ilusiones y esperanzas en los cursos de formación profesional por ser la única salida para mejorar un poco la vida familia.

El que por placer quita el punto de agarre del que se está en peligro de ahogarse, no puede tener perdón ni humano ni divino si existe.