Tras oír descalificaciones, abucheos y carcajadas despectivas desde los escaños del PP, el diputado de la Chunta, José Antonio Labordeta, estalló. Y acusó a los populares, ciertamente con expresiones poco usuales en el Parlamento --"iros a la mierda"--, de no tolerar las opiniones discrepantes. Ha sido un nuevo episodio de la táctica del PP de boicotear a los oradores de la oposición. Les funcionó en algunos momentos --dejaron sin palabra a Borrell-- al precio de impedir que en las Cortes haya un debate vivo que no caiga ni en el monólogo ni en la bronca.

A la hostilidad con que el PP trata a la oposición se unen en este caso el maltrato a las fuerzas minoritarias y un desprecio insultantemente centralista (el grito de "coge la mochila") a quien expone problemas locales de su circunscripción. Actuar con esta falta de respeto supone una burla, no a un diputado, sino a sus votantes, y a las normas de funcionamiento democrático. Habrá quien se escandalice por las palabras malsonantes de Labordeta. Haría mejor si se escandalizase por afirmaciones y actitudes más inmorales y frecuentes en el Congreso, que van del desprecio a la voluntad popular a la negación de las propias responsabilidades o el engaño al ciudadano.