La victoria electoral de Macron el domingo permitió soltar aire a más de media Europa, que indisimuladamente contenía el aliento por el riesgo de un triunfo de Marine Le Pen. Esa ‘otra’ victoria, en realidad, siempre estuvo lejana, pero el mero hecho de que se contemplase como opción plausible habla claramente de la paranoia de encuestas poco creíbles y resultados inciertos en la que se han convertido las citas electorales. Por mucho que reste tarea por hacer en el plano económico, en una Francia que debe servir de referente, y en el plano social, ante los retos de una sociedad que no ha tragado con armonía su propia multiculturalidad, hay motivos para la sonrisa. El más evidente, la derrota de una opción xenófoba y desintegradora, cercana un totalitarismo que ni se molesta en desmentir. El otro, la decidida apuesta por Europa que realiza Macron.

Porque, pese a los gestos contenidos de Merkel o Draghi, Europa se la jugaba en los campos de Marte. Simplemente una alternativa más tibia en el compromiso con Europa (y las había en la primera ronda) hubiera dado alas a una inestabilidad deseada por muchos. Dentro y fuera de la zona euro. Piensen en las negociaciones que, como bloque, afrontará Europa en los próximos meses.

Ganó Macron, sí. Pero, sobre todo, perdió Le Pen. Sin ninguna duda, el centro gravitacional de unión ha sido el rechazo común al Frente Nacional y todo lo que representa. Que una sociedad que está viviendo en sus entrañas el ataque del fanatismo terrorista se echara en manos de la solución más agresiva era mucho más que acercar una cerilla a un bidón de gasolina. Significaba el seguro incendio… sin tener muy claro dónde cesaría el fuego. Ganó Macron, enarboló una bandera europea y ese fantasma del fascismo se esfumó. Pero…

Parecen lejanos los tiempos en que este tipo de tardes electorales los vivíamos sin Twitter. No es así, claro, pero tiene su gracia echarle un vistazo a través de ese vertedero caleidoscópico, tan democrático en su esparcimiento de idioteces. Sin embargo, de vez en cuando se ilumina con alguna aportación brillante, incisiva y divertida. Y alguien, cuando la victoria de Macron se hacía hecho, dijo que en ese momento iban a salir todos los de la ‘cofradía del pero’. Ha ganado, pero…

«Me alegro de que haya ganado Macron, pero…». Un «pero» porque había vuelto a ganar una fuerza «neoliberal». Honestamente, estoy aún a la espera de que alguien me explique es eso del «neoliberalismo» (¿podemos hablar también de «neocomunismo»?). Si lo que presupone -incorrectamente- es un total predominio de los mercados, ya les digo que Francia está muy lejos de eso, con cualquier presidente. Macron incluido. Hablar así sobre Francia, que cuenta con un enorme aparato público y regulaciones exhaustivas, que prácticamente inventaron las estructuras administrativas modernas, solo puede representar una de estas dos cosas: ignorancia o demagogia. No es que ninguna sea atractiva.

«Me alivia su triunfo, pero…». Este «pero» es algo más intrincado, propio de esos maniqueísmos con el lenguaje a los que nos hemos, de algún extraño modo, acostumbrado. El propio triunfo de la continuidad en políticas «liberales» (sic) es la que genera la repulsa popular, el extremismo. Vamos, que es el voto de una mayoría lo que conduce al resto (por lo visto, reconocida minoría) al fascismo. O a movimientos de similar carácter, añado yo.

Lo que reluce detrás de toda la retahíla de barreras y ambages soltados por cierta izquierda social y mediática es la incapacidad para aceptar un triunfo frente al radicalismo no protagonizado por ellos mismos. Pero iré más allá: los temores de la izquierda española (que lee todo lo exterior en clave interna. Error) pasan por sentirse completamente desplazada de sus ubicaciones sociológicas. Ven con preocupación cómo el mensaje contrasistema, popular y pretendidamente revolucionario se capitaliza por opciones de ultraderecha, y comprueban con horror la existencia de demasiados principios en común.

Tengo la sensación de que la izquierda considera en España que su éxito es la polarización. Y así está dibujando su estrategia. Sin embargo, las fórmulas mixtas, la defensa de la socialdemocracia dentro del mercado ha seguido funcionando en Europa. Empezando por el mismo Macron. Pero no, que es «neoliberal». Pues no habéis entendido nada.