TSte escriben continuamente artículos sobre la película de Amenábar Mar adentro , se discute en tertulias y se publican cartas en los periódicos sobre la misma. ¡Cuántas intervenciones airadas! ¡Cuántos juicios de valor generalizadores y que sentencian sobre lo divino y lo humano! ¡Cuánto elevar a categoría universal hechos concretos!

A veces parece que el que escribe o habla no conoce la vicisitudes del protagonista real, Ramón Sampedro, ni tampoco ha visto la película, o lo ha hecho con las anteojeras de los prejuicios que crecen por estos pagos como el pelo de la dehesa. Lo dijo el propio Ramón y queda de manifiesto en el film: no pretendía ejemplarizar, ni sentenciar sobre el destino más digno de los que tienen la desgracia de quedar tetrapléjicos. Habla de sí mismo, de su vida, de su necesidad individual respecto a acabar con la misma, sin menospreciar, claro, a otros en sus circunstancias, ni asignarles un destino.

Todo el discurrir de la película es enormemente delicado, dignísimo, acertado en los diálogos; lleno de fino humor, limpio, sin recursos sensibleros o de sensacionalismo. Sí, incluso es un canto a la vida, al amor, a la naturaleza, al mar inmenso, a la amistad. Un ejemplar tratamiento de un tema complicado, como lo fue la vida de Ramón. Quitémonos, por tanto, los prejuicios. Veamos la individualidad del tratamiento del drama. El respeto que para todas las opciones supone. La alegría que transmite, en medio del dolor, las dificultades y la tristeza. Así, comprenderemos que estamos ante un ejemplo de vida y un ejemplo de película que a todos nos puede hacer muchísimo bien, estética y éticamente.

*Historiador y portavoz del PSOE en el Ayuntamiento de Badajoz