Se llama María, pero podría llamarse de cualquier manera, es solo un ejemplo. O ni más ni menos que un ejemplo de ese ejército de señoras mayores que mueve el mundo. Lo he dicho bien, sí. El mundo no lo sostienen esos padres enloquecidos por los horarios que vuelven a casa destrozados y no tienen tiempo ni de leer un cuento o bañar tranquilamente a sus hijos. Tampoco lo sostienen los jóvenes, demasiado entusiasmados con el simple y puro hecho de vivir, como para darse cuenta de que están viviendo. Pero las señoras mayores, esas sí que saben de días, de baños, y de cuentos. Y de mirar, sobre todo de mirar. Han crecido mirando y ahora tienen todo el tiempo para hacerlo. Igual que los señores mayores que pueden dedicar horas a un crucigrama, a pasar las páginas desgastadas de un periódico o a partidas de dominó o ajedrez interminables. O a paseos sin prisa, a recados, a tomar el pulso al lugar donde viven y constatar los cambios. Andan lentos, aún sin ayuda, y mantienen vivos los ojos y la sonrisa pronta, sobre todo si son pillados en un descuido, en un fallo de memoria, en un escalón más de bajada. No es fácil reconocer las propias derrotas y mucho menos pensar en los hijos como posibles enemigos, como cuidadores que invierten los papeles.

También cuidan a los nietos, pacientes, entregados. Los recogen del colegio, les dan la merienda, vuelven a repasar con ellos las eles y las emes, las fichas antiguas donde mi mamá me ama, y asea la sala, o el sol sale solo. Y hacen deporte en la piscina, o en los parques adaptados para ellos. Decía Quino que él quería pensar que los ancianos que hacen bici en los parques son los que dan cuerda a la maquinaria del mundo. Yo sé que lo hacen. Se levantan temprano, arreglan la casa, hacen los recados y ponen en marcha el mundo en un momento. Como María Simón, que además escribe en viejas cuartillas heredadas de su marido, y tiene energía para leerlas en voz alta, apuntarse a un taller literario para empaparse de juventud, y seguir sonriendo.

De vez en cuando me llama y me cuenta sus pequeñas proezas, cómo es la vida en la residencia, cómo son sus compañeras, lo feliz que le hace ver a sus hijos. Se llama María, pero podría llamarse de cualquier manera. Lo que importa es que sus labios cuentan nuestro pasado, y aunque no seamos conscientes, también nuestro futuro.

*Profesora y escritora.