Buenas noticias sobre la consolidación de los brotes verdes de la pasada primavera. En Europa, Alemania y Francia, y también Portugal y Grecia, han presentado aumentos de la actividad en abril-junio respecto a lo acaecido en el primer trimestre del año. A España no le ha ido tan bien, aunque el ritmo de caída de nuestro PIB también se ha moderado. Y la sorprendente expansión franco-germana ha venido acompañada de mejoras en Japón y, en especial, en los principales países emergentes, que, liderados por China, muestran sorprendentes avances en su actividad, en torno al 10% en tasa anualizada. Además, también se acumulan esperanzadoras mejoras en Gran Bretaña, y el mercado inmobiliario norteamericano, según algunos de sus indicadores, aparenta haber tocado fondo.

Parece, pues, que hemos superado la peor recesión de los últimos 60 años. ¿La hemos superado, o solo lo parece? Tras unas inyecciones monetarias desconocidas en la moderna historia mundial y unos impulsos fiscales que son, sin lugar a dudas, los más importantes jamás puestos en práctica, era difícil no esperar una cierta recuperación de la economía mundial. El debate no es sobre si los próximos trimestres contemplarán una extensión de la misma a otros países, entre otros España, sino hasta qué punto la recuperación en curso es autosostenible a medio plazo.

XPORQUE, EN EFECTOx, las bases de la actual mejora se hallan en los muy importantes estímulos fiscales y monetarios puestos en marcha tanto en Europa y América como en Asia. En esta, ha sido la demanda del sector público, en forma de nuevas infraestructuras y otros gastos, la base de la recuperación, apoyada en una generosa política monetaria que ha expandido notablemente el crecimiento del crédito. Esta mejora de la actividad se ha trasladado, si más no parcialmente, al resto de la economía mundial. Y los avances de Japón y Alemania, por ejemplo, están estrechamente vinculados a la recuperación de la demanda exterior, apoyada por la reconstitución de estocs. En los países europeos, parte de su recuperación cabe atribuirla, además de al avance de sus exportaciones, a los paquetes fiscales de apoyo al consumo, en especial a la compra de automóviles.

Y algo parecido ha sucedido en los Estados Unidos. En síntesis, una recuperación de la economía europea y mundial estrechamente vinculada a los estímulos del sector público y adecuadamente lubricada con generosas inyecciones de liquidez y tipos de interés de difícil comparación histórica por sus bajos niveles.

Pero, más allá de estos impulsos ¿existe una demanda interna suficientemente intensa para sostener el crecimiento? Hasta la fecha, no. Y las condiciones de fondo de la economía mundial no parecen las más apropiadas para su emergencia. El problema que afrontamos es que esta crisis no tiene su origen en elevaciones del tipo de interés, como sucedió en los primeros años 80 o los primeros 90, sino que se ha gestado por un fuerte aumento en el endeudamiento privado de algunos países, y la crisis del sistema financiero que lo ha acompañado. Esos excesos de deuda privada se están viendo reforzados en este momento por la necesidad de endeudamiento público que la lucha contra la crisis genera. Es cierto que esta situación de desequilibrios patrimoniales de hogares y empresas no es general. Pero a aquellos países con menos deuda privada, como Alemania, la crisis financiera internacional también les ha afectado seriamente. Por tanto, los próximos años han de contemplar un aumento de las tasas de ahorro de familias y negocios, del todo necesario para reabsorber parte de los excesos de deuda anteriores. Y ello va a ocurrir al mismo tiempo que los sectores públicos de los principales países van a comenzar a retirar parte de los impulsos fiscales, dada la imposibilidad de sostener el avance de deuda pública que comportan. Se ha estimado, por ejemplo, que la de las 20 primeras naciones del planeta habrá pasado del 60% del PIB a principios de esta década al 100% a mediados de la próxima.

Además, un análisis más profundo de la mejora inmobiliaria norteamericana sugiere que lo peor todavía no ha pasado, y que la caída de precios de las principales ciudades del país, ahora en torno al 35%, todavía tiene recorrido bajista, hasta el 40% según las previsiones más optimistas, e incluso más allá.

España no escapa a este balance, relativamente positivo en el corto plazo, y menos optimista en el medio. El nivel de endeudamiento de hogares y empresas alcanzó, en los meses previos al estallido de la crisis, valores históricamente no contemplados con anterioridad. Por ejemplo, la relación deuda/renta familiar en nuestro país había aumentado desde cerca del 70% a finales de los 90 a más del 140%, un valor solo superado por Gran Bretaña, similar al de los Estados Unidos, y muy superior a los valores de Alemania (110%), Francia (90%) o Italia (60%). Desde el inicio de la recesión he tenido la impresión de que, en nuestro país, éramos muy pesimistas en el corto plazo y, en cambio, demasiado optimistas en el medio y largo. Lo peor de la crisis está ya superado. Y en los próximos trimestres recuperaremos crecimiento. Pero aquí, como en la mayoría del planeta, pintan bastos para los próximos años.