De los atentados terroristas como el de Casablanca son responsables sus autores. Ya sea Al Qaeda, ya sea otro grupo el que decidió segar vidas civiles al azar, debe caer sobre sus miembros el peso de la justicia internacional democrática. Pero más allá de eso, la agresión a la Casa de España confirma un temor: los españoles son objetivos del terrorismo islámico. Y cuesta separar este atentado de la imagen que tiene el Gobierno español en amplios sectores árabes desde lo de Irak. Nuestra condición de occidentales ya constituía cierto agravio para ellos antes de esa guerra. Pero el gesto de José María Aznar al propugnar la invasión desmarcándose de la ONU y proporcionar contratos a determinadas empresas del mismo modo nos ha metido en una lista en la que preferiríamos no figurar. Ese no figurar no es por cobardía. Aquí hay valentía: los españoles entendemos y respaldamos valientemente la lucha contra ETA, con todas las consecuencias. Pero muchos creemos que sería mejor que no se nos hubiera abierto este otro frente respecto del mundo árabe, pues nos da cierto protagonismo dentro de un bando en el que hay hombres y políticas --Bush e Israel, por ejemplo-- que nos provocan sonrojo.