Todavía en nuestros cines podemos ver una película típica hollywoodiense, basada en la novela gráfica de Steve Moore , Hércules: Las guerras Tracias. En ella, me llamó la atención uno de los nudos de la trama, quizás el más importante sobre el personaje mitológico. Hércules después de sus doce trabajos e idolatrado por las masas, venerado como un Dios y más querido y valorado que su emperador, mata incomprensiblemente a su familia. Hércules es entonces odiado por aquella masa que días antes lanzaban coronas de laureles a sus pies.

Hércules, atormentado por la culpa de unos asesinatos que no recuerda, vende su fuerza y destreza al mejor postor, hasta que el destino le enfrenta a la realidad en boca de su emperador. Este, envidioso y temeroso de la popularidad y cariño que el pueblo le demuestra, le droga mientras asesina a su familia. La explicación de por qué no es él el asesinado y sí su familia es cruel, su emperador, al que sirvió con fidelidad, debía matar antes a la leyenda que al hombre, pues en caso contrario sería él el odiado.

En un país donde tenemos la envidia como pecado capital y el uso de la difamación o interpretación malintencionada como método o herramienta cotidiana de superaciones profesionales y políticas, no debiera sernos extrañas dichas artimañas, principalmente porque algunos mediocres lo tienen como modus operandi entre mal avenidas familias y familiares, vecinos, amigos o compañeros de trabajo. Por eso es curioso cómo con placer malsano asistimos y consentimos dichas prácticas, a menudo sin reflexionar sobre la nimiedad manifiesta del practicante en curso o el porqué de la misma, quizás escondiendo en otros males propios.

El escándalo de las tarjetas opacas de Bankia ha matado muchas leyendas, pequeños héroes en pequeños reinos de mundos a los que la mayoría nunca podremos llegar, pero quizás cegados por nuestra propia envidia, morbosidad y regocijo del héroe caído, nadie se preocupa en saber quién ha sido el emperador de estos Hércules (salvando las distancias), el supermalo de la peli, quien concibió y consintió sin usarlas pero para utilizarlas.