Licenciado en Filología

Esa fue la explicación de la ministra de Asuntos Exteriores tras la catilinaria belicista que soltó en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Me atasqué. Los documentalistas mundiales enmarcaron la frase entre las más célebres: Alea jacta est; In hoc signo vinces; ¡Eureka! Me atasqué: Ministra de Asuntos Exteriores de España. ¡El escenario, la audiencia y el tema eran para atascarse! Y en esto consistió el atasco: en acabar con toda esperanza de solución, de equilibrio, de alivio, alternativa o mesura; en no moverse un milímetro del suelo firme al que había llegado, para otear otro horizonte, vislumbrar otra salida, con factores que no se habían tenido en cuenta o con cuestiones que no habían surgido hasta entonces.

Se atascó y atascada, atacada, obnubilada y obsesa, apretó el gatillo colocándose al frente de las escopetas más calientes de todo el oeste americano.

La prensa americana había criticado a Bush por apoyarse en colaboradores irrelevantes, como Letonia y España, pero eso fue antes que conocieran a Ana Palacio, pía y esencial, de mantilla española en las canonizaciones vaticanas, y aguerrida y belicosa, con el hachón incendiario de Agustina de Aragón en la mano, el sitio de Zaragoza, los cien cañones por banda y la caballería rusticana, tocando a arrebato contra el eje del mal.

La ministra, posiblemente, no había digerido la empatía guerrera que la Moncloa le había hecho tragar con los ojos cerrados y sin tiempo para leerse algún libro de cómo hablar en público, en el nudo en el estómago, soltó la arcada, y dejó al fiero secretario de ataque, Rumsfel, compuesto y sin palabra ante el ciclón bélico que debajo del fular guardaba la madonna.

No plugo a Dios dotar a la ministra de brillantez dialéctica y su atasco, además de parecerse a un cuento contado por un idiota, nos va a dejar dolor de cabeza y un amargo sabor de boca.