Dicen que, el programa de televisión que será la próxima sensación de la temporada es un nuevo concepto de reality show en el que los concursantes tienen que comportarse como monos. Los concursantes han de vivir en la selva durante un tiempo indeterminado, retroceder unos cuantos años en la evolución más teatrera de la historia y alimentarse, lavarse, comunicarse (¿y aparearse?) como si fueran nuestros primos los primates.

Cuando lo leí me escandalicé pensando qué ocurriría cuando mis alumnos se pasaran las noches viendo tal programa, ya que, según cuentan, imitan todo lo que ven. ¿Tendríamos los profesores que ponernos a su altura? ¿Tendríamos que aprender el lenguaje gorila para poder comunicarnos con ellos?

Lo que ocurrió después fue que mi escándalo fue disminuyendo cuando me fui a hacer la compra y tuve que pelearme con una señora porque se había saltado el turno. O cuando fui a tomarme unas cañas y, en la barra, todos pedíamos al mismo tiempo y el camarero lanzaba las consumiciones desafiando a la gravedad y al equilibrio mientras por detrás se berreaban los coros que animaban al equipo local del partido que estaban retransmitiendo por la televisión. O lo que pasó igualmente a la altura de la farmacia de Moctezuma, cuando intentábamos entrar en el garaje y no podíamos porque había delante de la puerta, en medio de la calle, sin exagerar, un millón de coches que nos impedían el paso y que nos deleitaban con su agradable gorjeo.

Por la noche, cuando me acosté, ya lo hice mucho más tranquilo. Resulta que ya habíamos involucionado y yo no me había dado cuenta. Desde luego que se es mucho más feliz siendo un poco animal que teniendo algo de conciencia.

Fernando Alcalá Suárez **

Cáceres