No sé si ustedes perciben el mismo estado de ánimo colectivo que yo. Es una sensación muy extraña, entre la impaciencia porque algo ocurra y el miedo a que ocurra algo. Es como si fuéramos conscientes de que no podemos seguir así, pero también de que podemos ir a peor. Una calma chicha rota puntualmente por jirones de indignación, de los que volvemos rápidamente a la quietud temerosa del sofá.

Podríamos hacer la revolución, pero no queremos. Podríamos seguir mirando para otro lado mientras saquean el país, pero cada vez nos cuesta más. Podríamos seguir teniendo paciencia mientras el sistema se regenera a sí mismo, pero se nos está terminando. Podríamos haber seguido mucho más tiempo adormecidos por la calidez del hogar, pero cada vez hay menos hogares cálidos. Estamos muy enfadados, pero no lo suficiente.

HUBO un tiempo en que todo parecía posible. Nuestros abuelos pensaron que jamás verían la paz y la democracia, pero la vieron. Nuestros padres creyeron que sería difícil que sus hijos vivieran mejor que ellos, pero así ha sido. Nosotros crecimos con la sensación de que si nos portábamos bien, todo nos sería concedido. Ahora sabemos que no todo será posible y que nuestros padres y abuelos nos educaron en un conformismo equivocado para el tiempo que nos toca vivir.

Hijos, padres y abuelos convivimos ahora en la misma realidad tangible, pero en realidades mentales tan divergentes que en ocasiones ni se tocan. Nos cuesta hablar el mismo idioma, porque todo ha cambiado y sigue cambiando tanto y tan deprisa que, incluso para los más jóvenes, es complicado seguir andando sin caerse de la rueda mientras tratamos de comprender por qué la rueda gira así y no de otro modo. Bastante tenemos con no caernos.

LA DESAZON social en la que vivimos procede, creo, entre muchas otras cosas, de que se ha ido construyendo un mundo que creíamos desear pero que, en el fondo, nadie quería. Y ahora a ver quién es el primero en salir ahí fuera y decirlo. Eso le pasó a Zapatero . Tuvo que salir a decir que se había dado cuenta de que este no es el estado de las cosas por el que tanto había luchado tanta gente en este país. Eso se deduce de su libro de memorias. Pero no se atrevió, prefirió seguir andando en la rueda para sobrevivir. Y aquel fue un punto de inflexión para todos. Por eso va a ser difícil perdonarle, aunque la responsabilidad es colectiva e intergeneracional.

Estamos enfadados con quienes mandan, pero también estamos enfadados con nosotros mismos. Estábamos tan cómodos ronroneando en el calor de las sábanas que jamás nos preguntamos cuál era la mano que mecía la cuna. Y ahora hemos mirado hacia arriba y hemos visto que el amigo que nos concedía hipotecas a pesar de que jamás podríamos pagarlas es un monstruo y no un rey mago. Así que estamos un poco como los niños pequeños cuando no saben si tienen sueño o hambre, y ni siquiera saben expresarlo: enfadados con nosotros mismos, con los demás, y un poco insoportables en general.

El estado de ánimo colectivo, tan extraño, tan denso y sofocante a veces, tan liviano y blanquecino otras, se basa en que lo único que tenemos claro es que no queremos esto. Esto, todo esto que creíamos querer, que nos habían dicho que teníamos que querer, pues no lo queremos, o no lo queremos así. Esto, que nuestros abuelos y nuestros padres no habrían soñado mejor para nosotros, parece que puede ser una pesadilla para todos. Es duro escribirlo.

Lo bueno es que hace falta madurez para saber decir "no", y que es necesario decir "no" para comenzar algo nuevo. Lo malo es que desde el "no" se construye más bien poco, y que no es ni de lejos suficiente para encontrar la felicidad anhelada. El éxito de Podemos se basa sobre todo en eso, en que han venido a decir que "no" y, así, se han convertido en el vehículo perfecto para dar salida a estas insanas sensaciones que nos invaden.

NADIE quería a Podemos, porque nadie quería la realidad social que ha hecho inevitable su aparición. La gente está sufriendo para sobrevivir, para sacar a sus hijos adelante, para pagarse un hogar, para pensar en un futuro mejor. La gente sufre porque nadie quería esto pero entre todos lo hemos construido, y no sabemos cómo salir de este laberinto sin culparnos los unos a los otros y poder seguir conviviendo.

Hemos alcanzado como sociedad la madurez para decir "no", que es mucho, pero aún no sabemos lo que queremos. Eso exige un enorme esfuerzo individual, primero, y colectivo después. Un esfuerzo de sinceridad brutal, de generosidad sin límite, de fraternidad y de valentía. Ese aprendizaje es el que le hace falta a España para salir del siglo XIX, por fin, y entrar en el siglo XXI. Yo confío siempre en que las crisis son una oportunidad. Quizá de esta salgamos ya como ciudadanía madura. Trabajemos para ello.