TCtumplidos 10 años de la muerte de Juan José Narbón , quiero recordar su persona y su obra. Nacido en San Lorenzo del Escorial (Madrid), y tras largo peregrinaje con su familia por ciudades españolas, recalaba en Cáceres, donde vivió gran parte de su vida. Aquí echó raíces el que fuera Medalla de Extremadura, y aquí deslumbraron sus lienzos, en infinidad de proyectos que urdió su talento. La sala de arte de una joyería de la ciudad exhibe 70 obras, y de ellas, 30 dibujos, que responden a distintas técnicas y épocas. En su museo de Malpartida de Cáceres --hoy cerrado--, se guardan 500 lienzos, y son exhibidos 174, en doce salas, donde se observa la recia creatividad y el sello de su arte heterodoxo.

Juan José Narbón , de constante ebullición creativa, gran polemista y nunca un simple vendedor de cuadros, despreciaba la obra "ya vista", a la par que mostraba la agudeza de sus creaciones, la garra de sus dibujos imprevisibles y la fuerza de su pintura. Le aburría toda reiteración, pues era un pertinaz renovador, de irrefrenable versatilidad, a través de un arte personalísimo, directo y punzante, a caballo de una paleta agrisada, de escaso voltaje colorístico. Su obra, poliédrica, era de reflexión doliente y sobria, de ácidos estallidos y sátiras desgarradas, en alas de una fantasía de arco tenso...

Pintor de raza, cirujano del pincel y de fuerte sentido social, pudo decir, como el alemán Nolde , que su pintura tenía las raíces de su propia tierra, llevando a cuestas una obra dura, hostil y reflexiva. Siempre "con pocas rosas a flor de agua", muy alejado de toda paleta lírica; porque, como dijo el poeta francés Rimbaud , cuando sentó la belleza en sus rodillas, la encontró amarga, y por eso la depreció. Sólamente, por el camino de la ironía, pulsó timbres estéticos, que lo llevarían, como él mismo definió su arte, a "la pintura por la idea, de fondo misterioso" y plagado de evocaciones.

Su inspiración, opulenta de símbolos, cabalgó por senderos muy diferentes: desde el realismo figurativo y costumbrista, hasta su ácida etapa informalista, en los años 60, pasando por el hallazgo de su agreste campesino extremeño (al que degrada, a veces, o lo sublima e idealiza, con hachazos de pincel), y por las "series", de crispado perfil semántico, hasta probar otras vanguardias y lenguajes plásticos. Todo ello en un color que no era festín para la retina, sino formidable y crítico aguijón, sin los aromas de todo puro arte comercial.