Con los partidos me pasa como con las cucarachas, nunca dejan de sobresaltarme. Debe ser tara sin cura, como la tara de ser de un partido y, por ello, estar enfrentado, sin excusa ni remedio, a quienes lo son de otro. Tengo entendido que las cucarachas son un portento zoológico digno de admiración, pero ni por esas puedo vencer la natural tiricia que despiertan en mí. También es verdad que hay otros que toman los partidos por gambas (parientes no muy lejanas de las cucarachas) y chupan de ellos con delectación. Cuestión de hambre, de porte, de costumbres, de días o, simplemente, de pensar a medias. Cuando se milita en un partido político se tiende a la hemiplejia intelectual y, lo que es aún mucho peor, a la hemiplejia moral.

Ejemplos de todo lo anterior hemos tenido a lo largo de la semana parlamentaria. Todo, o casi todo, lo que dicen los portavoces de los partidos me parece plausible; incluso cuando se replican, las réplicas se me antojan laudables. Todos aspiramos a la fraternidad, a la igualdad,… todos suspiramos por la patria, todos amamos a Cataluña,… Y, sorprendentemente, como las cucarachas, en cuanto se enciende la luz, basta militar en un partido para sospechar, para descalificar, para, en definitiva, proclamarnos enemigos los unos de los otros. Es entonces cuando trato de escudriñar en cada hombre, buscando no en sus palabras, sino en el tono con que las dice y el gesto con que las sostiene. Quizás ahí esté la tarea de gobernar: encontrar hombres y mujeres de bien entre tanto escombro banderizo.

Nada define mejor este sainete que el trabalenguas del presidente Rajoy (sabrosa parodia de los hermanos Marx) con aquello de cuanto peor, mejor. Rajoy tiene suerte hasta para trabucarse; tropieza en aquel pasaje de su discurso que quiere que repitan televisiones y radios: cuanto peor, mejor. Acierta, sin duda. A Podemos le interesa (no son capaces ni siquiera de disimularlo) que todo vaya a peor. Del caos al poder. A un partido político, como tal partido, no le interesa el bien común, sino el poder. Como las cucarachas, prefieren la noche y la basura.

En Extremadura tenemos también ejemplos de todo ello. Es evidente que el gobierno de Vara es enclenque. El propio Vara amagó meses atrás con cierto aggiornamento. Hay piezas que piden recambio con urgencia. Algunas no presentan otro mérito que la compañía que le hicieron durante los cuatro años de oposición. Extremadura necesita un gobierno que merezca ese nombre. Más consejerías, más firmeza, más ilusión. Ahí están los dos valentines, calentando la banda. O el mismísimo Julián Carretero, que lleva ya un par de años dejándose querer. Por el bien de todos, debería haber, a la mayor brevedad, nuevo gobierno. Mientras, el PP aprieta exigiendo esos cambios con, en mi opinión, el fin perverso de abortar la operación. Prefieren que se pudra. Es la dialéctica sucia de las cucarachas. Ahora que el presidente extremeño, fiel a sus principios y fiel también a sus antecedentes, ha rendido su taifa y sus mesnadas al caudillo rampante, ahora que Sánchez pudiera protegerle de los emboscados de su propio partido, le convendría volver la mirada a Extremadura, dar asiento en su gobierno a personas capaces, políticos de cierto peso que enderecen el rumbo antes de que la legislatura termine. Los cambios, de haberlos, es evidente, llevarían el visto bueno de los jerarcas del nuevo régimen que ocupa Ferraz. Eso le daría aire a Vara, y eso es precisamente lo que no quiere el PP. Si Vara se raja, Monago se lo merienda. Después del debate del estado de la región es la ocasión. Recuerden, cuanto peor, mejor; bien pudiera ser éste el lema de toda partitocracia. O, a más calor, más cucarachas.