TCtiertos trabajos de investigación no dejan de sorprenderme. La revista Health and Place, sin ir más lejos, publicó hace poco un documento que venía a demostrar que los niños que viven cerca de locales de comida rápida tienen mayor riesgo de obesidad. La primera pregunta que me surge es qué niño de ciudad no vive hoy día cerca de un establecimiento de comida rápida, y la segunda es en qué medida puede influir esa cercanía en el sobrepeso.

Por esta regla de tres, los niños que viven próximos a La Masía tienen más posibilidades de convertirse en futbolistas profesionales que aquellos que viven, pongamos, en las inmediaciones de una fábrica de abanicos. Por no hablar de los vecinos de una destilería, los cuales, de seguir al pie de la letra la fórmula resultante de estas investigaciones, serán más proclives al alcoholismo que los que viven junto a una iglesia, que serán --si Dios no lo evita-- curas, obispos o incluso cardenales.

Aunque ningún gobierno me ha concedido una dotación millonaria para estudiar la obesidad y su circunstancia, me atrevo a pensar que no es el lugar de residencia lo que hace obesos a los niños sino sus pautas de alimentación y el tiempo que dedican a la actividad física. Si hay más obesos hoy día que en mi infancia no es porque sean más los niños que viven cerca de una hamburguesería sino por una mala relación asimétrica entre la ingesta de alimentos y el desgaste físico.

Si tengo razón, no será necesario que los padres de niños obesos que habitan en el casco urbano se muden al desierto para evitar vivir cerca de esos locales que conducen a la perdición de sus vástagos.