TSte comprende la necesidad de la derecha de buscarle cuanto antes un buen escándalo de corrupción al PSOE que desvíe la atención de los oscuros millones suizos de Bárcenas, de la amnistía fiscal que habría podido blanquearlos y de los sobres que, según recientes informaciones, circulaban que daba gusto por los despachos de Génova, pero las prisas, que nunca son buenas, le han llevado a proyectar su haz sobre un asunto, el de la pareja de intelectuales orgánicos y subvencionados de la Fundación Ideas, que no es que sea menor, sino que, por extensión, salpica en España a todos los partidos (al PP, muchísimo), a todas las instituciones, a todas las empresas y a todo bicho viviente: el nepotismo. Esa cosa cutre e inmunda que esteriliza la vida y el desarrollo de un país.

Culebrón aparte, todo parece sugerir que la pareja formada por Carlos Mulas , el cesado director de la Fundación Ideas (que se nutre, cómo no, de fondos públicos), e Irene Zoé Alameda , actuaba en combinación para llevarse la pasta del chiringuito mediante dos procedimientos: él, por el de cobrar casi un millón de pesetas al mes por no se sabe bien qué, y ella, utilizando un seudónimo, el de Amy Martín, por el de venderle unos artículos a razón de medio millón de pesetas la pieza y por un monto total de nueve millones. En la Fundación, ni en ningún sitio, nadie sabía quién demonios era Amy Martín , excepto presumiblemente su marido, pero que se hacía el tonto.

Ellos dicen que no, bueno, dicen cosas según se las van inventando, pero que, en puridad, no hacen sino confirmar la sospecha de nepotismo fullero y pesetero en primer grado de parentesco, de suerte que topamos, en el caso que nos ocupa, con tres lacras españolas nauseabundas: la del susodicho nepotismo que sitúa a toda suerte de cónyuges, hijos, primos, yernos, cuñados y nueras en los puestos que debieran ser ocupados por personas de valía, las del desvío institucional de los fondos públicos a los bolsillos privados, y la de los intelectuales, universitarios y periodistas orgánicos, de plantilla, en nómina, que comen a dos carrillos del pesebre mientras los independientes padecen el hambre de la libertad.