En esta segunda mitad del mes de julio, hace ya treinta años que los campesinos alentejanos iniciaron la ocupación de tierras abandonadas, tierras en las que continuaba el trigo sin cosechar como represalia de los latifundistas a la triunfante Revolución de los Claveles, de abril de 1974.

Tras la explosión de manifestaciones, de eufórico triunfo popular en los pueblos y ciudades y en el poder estatal, que ocuparon militares y civiles progresistas, los poderosos tomaron posiciones, pues el poder económico seguía de su parte. Y así, los campos fueron abandonados, con su fruto pendiente y a punto de sacar; la ganadería cogió de contrabando el camino de España, como las cuentas bancarias y las riquezas que pudieran exportarse, y cada vez que algunos trabajadores se acercaban a las grandes propiedades a pedir unos jornales se les contestaba con altanería: "¡Que os dé de comer la República!" o aquello tan cruel de "Id a comer paja". Por todo ello, como ocurriera en España durante nuestra II República, los campesinos se lanzaron por delante de las leyes a ocupar las tierras, a cosechar los campos, a cuidar los animales y ponerlo todo en producción. Ese verano fue el preludio de lo que al siguiente serían ocupaciones épicas que hicieron saltar las alarmas de los bienpensantes del país y del tutor universal: el siempre presente Estados Unidos. Todo, al final, como en España, aunque sin Guerra Civil afortunadamente, se iría por la borda, pero ese verano, ese mes de julio, quedaría como una muestra del valor y del grito popular contra las fechorías de la opresión y de los poderosos que tanto se resisten a dejar de seguir pisoteando los derechos de la inmensa mayoría.

*Historiador