Así se titulaba el segundo libro de Pedro de Lorenzo, quien pese a su sombrío lado político (falangista, censor implacable de la literatura de los otros) escribió cosas valiosas, como una «teoría de Extremadura» sobre la que volveré algún día. Los trágicos incendios, con la intolerable cifra de 64 personas muertas, asfixiadas y calcinadas, han hecho que se hable del país vecino como les gusta verlo a muchos en España: como el hermanito pobre necesitado de ayuda. Hace poco nos daban una lección en Eurovisión, con la victoria de Salvador Sobral, cantando en portugués, frente al ridículo de Manel Navarro, desafinando en inglés: buena metáfora para recordar que hay otra manera de hacer las cosas con solo mirar a nuestra izquierda, geográfica y política. TVE nos quiere hacer creer que nuestros cantantes, aunque hayan renunciado a la segunda lengua más extendida y estudiada del mundo, son los mejores y solo una conspiración internacional los relega año tras año a las últimas posiciones. Por su parte, Rajoy saca pecho porque el paro haya bajado a un 18 % (hace diez años, bajo el gobierno de Zapatero, era del 8,5 %). Mientras, en Portugal está en el 10 %, el déficit fue el año pasado del 2 % (frente al 4,5 % de España) y han subido sueldos y pensiones. Conozco varios casos de jóvenes cacereños que han encontrado trabajo en Lisboa, pero en los medios casi nunca se habla de esto. En Portugal, como es sabido, hay un gobierno socialista, apoyado por el Partido Comunista y el Bloque de Izquierdas, que prefirieron desalojar a los conservadores, en lugar de lanzar órdagos e imponer hasta sus ministros. Todos los extremeños, sea cual sea nuestro color ideológico, deberíamos desear la prosperidad portuguesa, que repercutirá sobre nosotros. El mayor contingente de turistas extranjeros que nos visita viene de Portugal. Y sin embargo hay que reconocer que, salvo alguna meritoria iniciativa cultural (como la revista Hablar/Falar de Poesía, que dirigiera Ángel Campos, o la actual, aunque más institucional y previsible Suroeste, que lleva Antonio Sáez), nuestras relaciones con los «patricios» han sido casi siempre bastante torpes. Salvo una minoría entusiasta, el interés por la cultura portuguesa es escaso entre nosotros, mirando siempre a Madrid. Recuerdo a algún colega entusiasmado por aquellas declaraciones de José Saramago favorables a la unificación entre España y Portugal. El centralismo de los países relativamente grandes (también los franceses desprecian a ese «país de albañiles y mujeres de la limpieza») impide a muchos reconocer lo valioso de tener un ejemplo a nuestra vera de que las cosas no son inevitables y que si en 1974 con la Revolución de los Claveles se nos adelantaron en derrocar la dictadura, ahora nos muestran que desde la humildad y la tenacidad, pero también desde el orgullo de no renunciar a lo suyo (ni a su lengua ni a sus logros sociales) puede terminarse ganando, sea la Eurocopa, Eurovisión o un país habitable.