TAt escasas horas de enterarme del informe de la OCDE sobre nuestra educación, y que nos concede uno de los últimos lugares de los países de la Unión Europea, logrado gracias a los méritos que han acumulado, gobierno tras gobierno, socialistas y conservadores, me tropiezo con los reportajes sobre la pasarela Cibeles, en la que los chamanes del diseño parlan sobre el tormentoso proceso de creación, el esfuerzo intelectual que supone llegar a la conclusión de que una falda sea más larga o más corta, lleve un volante o no lo lleve, se ciña al cuerpo o no se ciña.

Tuve la inmensa suerte de que, unos minutos antes, se daba información sobre la materia a tratar, porque de no ser así yo hubiera dudado si los disertadores se dedicaban a la investigación de nuevas dimensiones pictóricas, la búsqueda de revolucionarios espacios esculturales, el salto hacia unos sonidos que fueran más allá de la música concreta, o, quién sabe, si el sondeo sobre una posible armonía de las nueve musas en una especie de persecución sintética.

Decía Unamuno que un pedante es un tonto estropeado por el conocimiento, pero existe una pedantería todavía mayor y es la del tonto estropeado por la confusión del conocimiento. Ya había escuchado a algunos cantantes perorar trabalenguas sobre la grabación de su último disco, pero los modistas son insuperables. Y, encima, no disfrutan. Sufren muchísimo. Todos, sin excepción, le dicen al entrevistador lo mucho que se sufre, el doloroso proceso neuronal, que luego deviene en que una manga sea abullonada o lisa, larga o corta.

Los legos en la materia, los que nos dedicamos a escribir novelas y otras tonterías no alcanzamos a comprender la hondura de estas batallas cerebrales, complejas, el auténtico crisol de la creación. Nunca escuché a Vargas Llosa , o a Marsé o a Cela gilipolleces semejantes. Pero, claro, ellos no se enfrentaban al arduo e intenso proceso creativo de una falda.

*Periodista