La salud moral de una sociedad se define por el nivel del comportamiento ético de cada uno de sus ciudadanos. Empezando por sus dirigentes, ya que todos somos corresponsables del devenir colectivo», decía el rey Juan Carlos I en su último discurso de Navidad como monarca, en diciembre de 2013.

Un año después, su hijo y sucesor en el trono Felipe VI aseguraba que «los ciudadanos necesitan estar seguros de que el dinero público se administra para los fines legalmente previstos. Que no existen tratos de favor por ocupar una responsabilidad pública».

El refranero español, que es muy sabio, dice aquello de «consejos vendo que para mí no tengo». Aunque ya la Constitución española recoge en su artículo 56.3 que «la persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad».

No estar sujeto a responsabilidad. Nuestros últimos jefes de Estado no están sujetos a responsabilidad. Por la gracia de Dios.

Esta semana se revelaban unos audios en los que Corinna, la «amiga entrañable» del rey emérito, relata cómo Juan Carlos I la utilizaba de testaferro en medio de una red de trapicheos varios, comisiones, fortunas y entramados de paraísos fiscales en los que una simple mortal, que se conforma con llegar a fin de mes, se pierde.

Sólo es un testimonio, sin más pruebas. Sí. La pregunta es, si unimos estas grabaciones a los indicios que ya han venido publicando diferentes medios en los últimos tiempos, ¿no sería lógico investigar a fondo?

Y para responder volvemos a la Constitución y la inviolabilidad de la figura del Rey. Muy saludable no parece para una democracia que se presupone madura que una persona esté por encima de la Justicia. Y apostaría a que esto es sólo la superficie.

Vaya, habrá quien diga que las revelaciones son parte de una conspiración judeo-masónica para destruir España. Menos mal que servidora es natural de una región que no está bajo sospecha. De paso me encomiendo para que estas palabras no traigan represalias en forma de mordaza.

«Cuánto cuesta a los hombres subir siendo bajos y dejarse bajar siendo altos», escribía el Lazarillo de Tormes a «Vuestra Merced». Qué poco cambian algunas cosas, cinco siglos después.