Diez personas han pasado un año aislados del mundanal ruido en las Tierras Altas de Escocia. No ha sido el suyo un retiro místico-espiritual a lo fray Luis de León o santa Teresa de Jesús. Muy al contrario, lo que les llevó a las Highlands fue el deseo terrenal de darse a conocer a millones de telespectadores de Edén, un reality que dejó de emitirse hace meses por falta de audiencia.

Resulta paradójico que un grupo de personas se retiren del gran mundo para hacerse famosos ante ese gran mundo al que han decidido abandonar. En cualquier caso, imagino la frustración de estos aspirantes a la fama al comprobar que participar en este experimento social --no acaba de gustarme el eufemismo, pero ahí lo dejo-- no les ha servido para gran cosa. Montaron un campamento, discutieron, se dejaron llevaron llevar por los celos y pasaron hambre hasta el punto de estropear su dentadura por comer pienso para pollos. Lo habitual, vaya, en concursos que entretienen al espectador ofreciendo dosis programadas de sufrimiento humano. Y aunque estos fogosos concursantes han sobrevivido al hambre, a los mosquitos y a la carencia de una buena conexión a Internet, al final han sido las malas audiencias quienes han acabado con ellos.

El reality fue cancelado, pero nadie avisó a los concursantes. No me dan pena, conste. No será agradable comer pienso para pollos, pero durante un año se han librado de vivir en el mundo real, ese que está alejado de los campamentos televisados, ese mundo en el que la inmensa mayoría nos vemos obligados a luchar por la supervivencia no como un juego de estrategia sino para evitar dejar huérfanos a nuestros hijos.

La productora asegura que «Edén regresará a la pequeña pantalla en algún momento del año». Y aquí estoy yo, controlando la impaciencia hasta que llegue la hora de ver cómo un grupo de desconocidos castigan su dentadura comiendo pienso para pollos.