TLtas alarmantes noticias que telediarios, boletines radiofónicos y prensa escrita nos vienen transmitiendo diariamente, relativas a los problemas que sufren los catalanes, nos tienen este verano en un sin vivir a quienes, sintiéndonos solidarios con ellos, gozamos de unos extraordinarios equipamientos y servicios, perfectamente gestionados, que no nos crean ninguno de los problemas que mortifican el verano de nuestros paisanos del antiguo Condado de Barcelona.

Gracias a Dios (como diría Celdrán ), nuestro aeropuerto funciona como un reloj, y en sus 500 metros cuadrados de terminal caben todos sus usuarios; nuestro Talgo va y viene, una vez al día, a Madrid en apenas once horas, nuestras autopistas no tienen retenciones en los peajes, (por no tener no tenemos ni las autopistas de peajes que los catalanes sufren desde el siglo pasado) y nuestro suministro eléctrico es ejemplar. Como el Ave no va a pasar por el centro de ninguna de nuestras ciudades, tampoco nos quita el sueño las consecuencias de sus vibraciones sobre las catedrales (nueva y vieja) de Plasencia, la Casa de los Golfines de Cáceres, el Teatro Romano de Mérida o la torre de Espantaperros de Badajoz.

Afortunadamente, nuestros gobernantes, previendo esta situación catastrófica que sufre Cataluña, (consecuencia, todo hay que decirlo, de la discriminación a la que la han sometido los sucesivos gobiernos españoles) establecieron en el Estatut los mecanismos necesarios para saldar la deuda histórica de España con los catalanes, y los próximos Presupuestos Generales del Estado serán testigos del esfuerzo que, entre todos, haremos varios años seguidos, para que nuestros compatriotas del noreste peninsular no sigan sufriendo las penalidades que les asolan y que a nosotros nos mortifican desde la moliente placidez de nuestro tranquilo y confortable estío.

Que nadie piense que la imagen que transmiten los medios de comunicación del caos catalán es exagerada, y que todo se trata de un movimiento concertado (promovido por el lobby catalán que invade los medios de comunicación) para justificar las inversiones que el Estado aportará en los próximos años a Cataluña. Tampoco que nos encontramos ante un claro ejemplo de mala gestión de servicios públicos, o que estamos pagando las consecuencias de privatizaciones apresuradas de empresas públicas estratégicas, que anteponen los intereses de sus actuales accionistas a los de los usuarios de los servicios públicos que gestionan. No, nada de eso. Nos encontramos antes las graves consecuencias de la discriminación que, históricamente, ha sufrido Cataluña, a pesar de su constante y abnegado esfuerzo en aras del progreso del solar patrio que, para mas INRI, tiene forma de piel de toro.

*Director de la consultora Depaex