Las revelaciones de la prensa norteamericana sobre las operaciones de fuerzas especiales del Pentágono dentro de Irak desde hace casi un mes sugieren que estamos ya en la primera fase de la guerra. Antes de que Bush firme oficialmente la orden de combate, otros 150.000 soldados estadounidenses se encuentran en las cercanías de Irak y preparan el terreno para una campaña muy distinta de la que se libró en 1991. Ante esta situación, cabe preguntarse por el sentido de las refriegas diplomáticas en curso y el triste papel que EEUU asigna a la ONU.

La discusión diplomática y las diatribas contra Francia y Alemania no persiguen autorizar la guerra, sino colocar a la ONU al servicio de los intereses de EEUU, según los entiende la Casa Blanca. Se confirman así el unilateralismo y los riesgos de que una potencia en solitario pretenda regir los destinos del universo. Washington coloca a sus aliados ante la disyuntiva maniquea de someterse o sufrir la cólera de un poder sin límites y sin escrúpulos. Además de asestar un duro golpe a la cohesión europea y fracturar la solidaridad transatlántica, EEUU incuba una crisis sin precedentes en la ONU, que perdería todo su sentido si apareciera al servicio de Bush y su renovada cohorte de vasallos.